Del amor al odio...

Este es mi último post... Charly leyó mi blog, vio lo que puse de él y reaccionó de extraña manera...

¡Regresé!!

Volví a postear después de un año... Comparto con ustedes EL PRINCIPE LLEGÓ...

Fumando espero...

En días simples llego a fumar una docena de cigarros. En días medianamente complejos puedo fumar hasta quince. En días terribles, en esos momentos en que la tensión me devora y ...

31 marzo, 2008

UN OLOR A TABACO Y CHANEL

Publicadas por Juan Diego 260 comentarios
El sábado, para variar, fuimos a la disco. Fabián y yo no andábamos muy entusiasmados con la idea. Sin embargo, la alegre presión a la que fuimos sometidos, nos forzó a soltar los pies y mezclarnos con el bullicio destemplado del espacio centelleante que nos hace bailar casi por inercia.

Era una típica noche de discoteca. Leonel esperaba que Paul, su amante heterosexual, le marque al celular para saber que estaba libre y podían encontrarse. Cada sábado algún acontecimiento familiar retiene al muchachito hasta las tres de la madrugada. Omar bailaba un poquito más allá con un chiquillo de la selva que, dicen, baila ritmos de su tierra como nadie y que, en hilo dental deja ver las dos más bellas montañas de carne techocumbieras del oriente peruano. Nadiana estaba en el camerino en plena sesión de maquillaje y peinado alistándose para salir al escenario a cautivar como Edith Piaff. Fabián odiaba al triple a Paulina Rubio porque el DJ decidía poner una semblanza musical de la mexicana y el aburrimiento que lo oprime cada sábado a eso de las dos de la madrugada empezaba a apoderarse de sus pies. Guillermo miraba desesperado su reloj. Armando, el chico con el que sale hace tres semanas, no llegaba. El humor de mi amigo no era el mejor, sería plantado por segunda vez en una misma semana y el chato no estaba dispuesto a soportarlo. Yo, bailaba solo, como me gusta, y miraba disimulado a un pata simpaticón que me hacía ojitos a casi dos metros de distancia...

De pronto, algo cambió. Mis ojos se dilataron imprudentes y mis oídos registraron un chillido que remeció mis tímpanos para acabar alojándose cerca de mi pecho. El aceleramiento nervioso que vivió mi corazón es difícil de explicar...

Cuando menos me lo imaginaba, cuando menos debía pasar, cuando más vulnerable está mi espíritu por esto de arrastrar arbitraria soledad y andar sin compañía sentimental hace tiempo, cuando me dedico solo a trabajar y escribir, justo ahora, justo cuando ya ni me acordaba de él, mis ojos se cruzaron repentinamente con los ojos dulces y alegres de Álvaro.

Álvaro también dilató las pupilas y me vio con una mezcla de grata sorpresa y nostalgia. Me sonrió. Fingí que no lo había visto y seguí bailando con Paulina Rubio. No me quitó la mirada durante todo el rato que duró ‘te daría, te daría, te daría mi vida…’ La Rubio hubiese tenido que cantar en ese momento ‘te hubiera dado mi vida…” y así yo habría podido decirle en su cara aquello que nunca le dije. Álvaro apenas se movía y sonreía disimulado con sus acompañantes. Fabián, siempre observador, percató de la presencia que había dilatado mis columbres y me miró con el entusiasmo de quien descubre el mapa de un tesoro y desea que su amigo corra a buscarlo en ese momento. Leonel se olvidó de que Paul no timbraba y Guillermo que Armando no llegaba y Omar que a su lado tenía el mejor culo de Loreto. Ellos me rodearon avivando la expresión como si realmente todos tuvieran un mapa para que Juandieguín encuentre el tesorito que alguna vez no pudo buscar.

- ¡Diego, allí está Álvaro!!! chilló Leonel.

Quise evitar que Álvaro se percatase de la emoción que se vivía entre mis amigos. Fue imposible. Leonel alzó las manos saludándolo, le siguió Guillermo, Fabián puso su mejor cara, Omar abrió los brazos esperando un abrazo, yo seguí bailando solo, como si nada de lo que se ponía frente a mí realmente importara, como si Álvaro riquísimo y feliz no me importara. Paulina regalaba su última canción y gritaba ‘ni una sola palabra, ni gestos…’

En ese momento mi cuerpo perdió gravedad y mi alma vivió una suerte de impávido suspiro que casi me ahogó. Álvaro estaba frente a mí, sonriente, casquivano, con la misma risita de pendejo que juega a ser macho gay, con un polo blanco que traslucía sus pectorales bien formados, con el cuello blanquísimo, la boca dibujada y los ojos brillosos. Su cabello chipoteaba jugando cómplice con el aire acondicionado. Mis oídos solo registraron un campaneo de iglesia vieja que al mezclarse con el seseo de Paulina y los gritos agudos de las locas vecinas, convertían ese momento en terrible.

- Hola Juandi - me habló pegando su boca a mi oreja. Un hilillo de aire suyo se coló cerca de mi cuello.

- ¡Álvaro! - exclamé más idiota que de costumbre, simulando que no lo había visto y que su presencia encantadora era una sorpresa.

Él me miró fijamente tratando de meter sus pupilas en las mías, como tratando de encontrar al Juan Diego de hace dos años en ese momento. Sus brazos me tomaron de la cintura mientras se acercaba cada vez más procurando hacerse escuchar entre la música estrepitosa. Me quité sus manos de encima. Ya no era su Juandi, no. Ciertamente, tenerlo cerca me acalambraba el alma. No obstante, Álvaro no se merecía verme sometido a sus encantos.

Conocí a Álvaro hace dos años. Me congelaba en la esquina de Tarata con Larco esperando a Leonel. Para variar, mi impuntual amigo me hacía esperarlo. El frío inclemente de esa noche latigaba cada palmo de mi cuerpo. Garuaba y una gris neblina cubría Miraflores.

El agua que se desparramaba del cielo se estancaba en mi cabello destruyendo mi peinado, dejando a la vista una mata negra sin forma que se escurría hasta mi frente. Leonel, ausente, y yo al borde de un ataque de histeria. Cuando entre las sombras zigzagueantes de aquella noche vaporosa, zigzagueó frente a mí la figura de un ángel. Las luces de los autos que se detenían ante el semáforo enloquecido por la lluvia, advertían una cara linda, con ojos enormes y cabello cayendo sobre una frente amplia, con hoyitos en las mejillas y labios de niño. Ese angelito caído del cielo nublado me hablaba, pero mis oídos atormentados por el chasquido metálico de los autos y por una suerte de estrafalario trompeteo nervioso eran incapaces de escucharlo.

Quizá quería saber si no había encontrado sus alas o si conocía la manera en que podía regresar al paraíso. Quizá estaba perdido y pensó que la mata negra de mi cabello era el casco de un policía de turismo. Quizá solo quería saber que hora era en la tierra o era mi ángel de la guarda que llegaba a custodiar mi impaciencia y mi antiestético peinado.

. Hola que tal, me llamo Álvaro - saludo tierno y masculino el arcángel.

Como casi siempre me pasó con él, no supe que decir.

- Hace frío, ¿no? - hablaba melodioso mientras sus brazos cruzaban su pecho -. ¿Te comieron la lengua los ratones? Je,je… Bueno, vuelvo a presentarme, soy Álvaro…

- Yo Juan Diego - logré decir.

El frío y la lluvia importaron un carajo en ese momento. Fui poseído por el espíritu de la conchudez gay y solté casi toda mi biografía. Álvaro me escuchó atento y luego me contó de él. Hablamos, reímos, me invitó a caminar y saber que Leonel estaba por llegar también que me importó un carajo. Me dijo que me había visto desde hacía rato, quería acercarse a mí, pero mi lucha constante con el agua empozada en mi cabeza lo detenían. Me sorprendió escucharlo decir que se había dicho “tengo que acercarme a él, no puedo perder la oportunidad de conocerlo”. Eso me atrapó. Me pegó a él. Fuimos inmensamente gays esa noche lluviosa. No hicieron falta los preámbulos típicos con preguntitas tontas acerca de si eres realmente homosexual o tal vez… Álvaro y yo nos manejamos con miradas y risas, con un extraño calor que aplacaba la baja temperatura. Caminamos lento mientras me contaba de su perro Campeón y de su trabajo en una importadora y de sus ganas de hallar el verdadero amor.

Su signo zodiacal compatible con el mío, sus sueños parecidos a los míos, sus manos rozando las mías. ¡Eso era una locura! Tres horas después y sentados en la banca vieja de un parque nos habíamos contado casi todo.

Nos despedimos luego de intercambiar números telefónicos y mirarnos acojudados como tortolitos con las alas ociosas poco listas para volar y despegarse el uno del otro. Lo vi alejarse haciéndome adiós con las manos grandes, sonriendo como niño malcriado, caminando en retroceso para no despegar sus ojos de los míos.

Desde ese día, nos frecuentamos a diario, hablábamos horas por teléfono y por la noche nos veíamos por web cam. A los dos días no aguantamos y nos dimos un beso largo con manoseo incluido. Fue una semana intensa.

Debo decir, para los que no saben, que soy fumador, a veces empedernido fumador. Álvaro llegó a mi vida y tuvo, automáticamente, la firme idea de alejarme del tabaco. Todos los hombres importantes en mi vida lo han intentado. Fumo hasta hoy.

Alvarito se quejaba del olor a tabaco, de mi boca YSL con nicotina, de mis besos con sabor a madera ahumada. Pero me besaba con locura, quería comerse mi boca en cada beso, succionarme la embocadura por completo. Mi olor a tabaco lo alocaba. Me decía algo lindo, alguna de esas cosas maravillosas que él sabe decir para trasladarte a las nubes albas, luego su carita de ángel se cargaba de pasión, su lengua jugaba traviesa, osada, me abrazaba fuerte, me pegaba a él, su nariz me recorría el cuello cual si fuera franela, raspaba de electricidad mi yugular, se detenía en mi mentón, volvía a mi boca, mordía suavemente mis labios ansiosos de él, sus manos temblaban durante el recorrido que le daba a mis formas, introducía una pierna entre mis piernas, me olfateaba, bebía, volvía a olfatear… ¡Puta mare! soltaba con los ojos blanquizcos por la pasión desplegada. ¡Me traes loco, carajo! chillaba como si odiara estar loco por mí.

Yo estaba loco por él. Álvaro traspasaba sin esfuerzo los linderos de mi calma. Era un ángel con dosis altas de demonio apasionado que me tomaba entre sus brazos y anulaba mis fuerzas, mi cordura. Debilitaba la resistencia de mis piernas y convertía sus labios en un nuevo vicio. Su voz me otorgaba amplias cuotas de locura y a la vez pacificaba mis miedos, ganaba la batalla de mis temores…

Cuando lo presenté a mis camaradas, ellos lo recibieron como se recibe a un héroe de guerra, con honores y respeto. Mis amigos lo acogieron rápidamente, excepto Guillermo. Mi ex-pareja y amigo, lo vio con recelo. Me dijo después, “es guapo, pero… hay algo en él que no me convence“. Como suele decir siempre “a mucha perfección hay que ponerle él doble de atención”. En cambio, Leonel y Fabián pasaron a engreirlo y quererlo luego de diez palabras. Nadiana se dejó encandilar por su caballerosidad y Omar recibió emocionado sus consejos directos y francos. Guillermo siguió viéndolo con desconfianza. Así es él…

Luego de una semana, me pidió ir a la cama. Siempre he sabido que a la cama no debo ir tan rápido. Lo fácil no es apreciable, y aunque el extasis sensorial en el que el susodicho me dejaba hubiera permitido que haga el amor en pleno centro de Miraflores, era mejor hacerme el loco.

Fue invitado a nuestra salida habitual a la disco de los sábados por la noche. Se escusó argumentando que un acontecimiento familiar le impedía acompañarnos. Fuimos sin el arcángel a vivir la experiencia loca de cada fin de semana. Lo extrañé en cada canción, me aburrí, no miré a ningun chico guapo, solo imaginé a mi angelito bailando con su mami y brindando por la unión familiar.

Al día siguiente no me respondió el celular. Se desapareció toda una semana. Le debí haber enviado unos doscientos e-mails. No obtuve respuesta alguna.

Entré en pánico. Su ausencia me ocasionaba terribles sensaciones, dolores de cabeza y malestar estomacal.

Las apuestas corrían entre mis amigos. Todos especulaban sobre los posibles motivos de su ausencia. Nadiana decía que tal vez tuvo que viajar de buenas a primeras y se olvidó de llevar mi teléfono, correo electrónico, etc. Leonel aseguraba que yo había cometido alguna estupidez. ¡Quizás dijiste algo que le incomodó! me reclamaba. Repasé cada una de nuestras conversaciones y negué esa posibilidad. Omar decía que el amor verdadero es así: injusto. “Si encuentras el amor déjalo ir, si vuelve es tuyo, si no nunca lo fue” expresaba con la sapiencia de quien conoce el dolor como nadie. Fabián me habló más paternal que nunca: “Te diré algunas cositas que a veces haces con los chicos“, me dijo. Enumeró decenas de cosas que según él suelo hacer cuando me involucró con un hombre. Debo admitir que algunas eran ciertas, las otras, exageraciones de mi amigo.

Guillermo no decía nada. Tuve que obligarlo a dar su opinión. “¿Quieres de verdad que te diga lo que pienso? Pues creo que ese chico tiene otra relación.” afirmó seguro originando una protesta de todos los panelistas asistentes al talk show de mi vida. ¡Eso es imposible! reclamaba Omar. “Solo es el destino que se torna injusto con aquellos que…” ¡Calma! exigía Nadiana. “Piensen que, quizá, tiene graves problemas existenciales, eso es común en la gente gay”. Tenía razón. “Noooooooooo…” bufaba Guillermo. “Ese chico esconde un secreto terrible, estoy seguro” Leonel puso esa cara de tragedia que pone cuando descubre una verdad espantosa o cree haberla descubierto. “¿Y si es seropositivo? gritó. ¡Cállate! voceó Fabián. “Están especulando y eso daña a Juan Diego”. Fabiancito ya me había dañado un poquito al hacer un análisis de lo desgraciado que podía ser con los hombres. Sin embargo, tenía razón. Cada hipótesis lanzada desgarbaba mi ánimo y aunque necesitaba conocer los motivos reales de la ausencia de mi arcangel, especular me escarapelaba la tranquilidad.

Llegó el sábado siguiente y fuimos como de costumbre a bailar, a desatar esos fragores internos que se acumulan en stress y pena existencial. Bailé como Joaquín Cortéz, zapateando, saltando, agitando el cabello. Debía botar aquellas dudas que me atormentaban. En ese momento, Leonel y Guillermo regresaron del baño con la expresión desencantada, pálidos, con un extraño tic que convulsionaba sus labios. Ambos hablaron con Fabián y Omar, murmurando algún chisme que yo no podía escuchar. ¿Qué pasa? pregunté. Todos me vieron con cara de heroína de telenovela venezolana cuando va a decir una verdad dolorosa.

Entendí que se trataba de Álvaro, lo intuí. No dije nada y caminé con dirección al baño. Sabía que esa era la ruta para hallar la verdad. Mi corazón palpitaba como marimba de banda escolar. Mis amigos corrieron tras de mí. No pudieron evitar que logre ver a Álvaro. Allí estaba, lindo, mirando a todos lados, rodeado de gente que reía. Me vio a distancia. Nuestros ojos se encontraron y se vieron con esa misma nostalgia que solo se puede describir con la canción que matiza este post. Estuvo presto a acercarse a mí. Sonreí como perdonando sus ausencias, sus silencios, tendría motivos valederos para explicar lo sucedido. Pero vi, claramente, que un tipo de unos cuarenta años, quizá más, se trepaba de su cuello y lo besaba efusivo mientras toda la ronda aplaudía. Álvaro no me quitó la mirada de encima todo el rato.

Mis amigos me abrazaron llevándome hacia un lado. La verdad, estaba destruido. No sé si me había enamorado, quizá sí, quizá no. Creo que sí. Mis ojos se llenaron de lágrimas, me sentí pequeño, niño, tonto. Sentí que no había nacido para amar y que era un gay más, a veces estúipido y soñador que cree que hay gays capaces de decir la verdad e intentar amar. Corrí al baño. Me encerré. Mis amigos tumbaban la puerta. Quería estar solo, desaparecer. Cuestioné mi idiota romanticismo, mis ideas pasadas de moda, fui infeliz…

Fingí salir renovado. Leonel me abrazó y amenazó con desfigurar a Álvaro. La verdad es que si le daba permiso, él era capaz de hacerlo. Solo faltaba que Guillermo diga su eterna frase: “demás está decir que te lo dije”. Lo hizo, finalmente, originando la protesta de todos los que asistían al segundo capítulo del talk show de mi dramática vida amorosa.

Pero toda la conversación se cortó abruptamente cuando Álvaro se acercó. Leonel y Guillermo hubieran sido auténticos ninjas destripadores si yo lo hubiera querido. El ex-arcangel me llevó a un lado. Se ahogó en un mar de disculpas que no podían disculpar nada. Le pedí callarse. Al fin y al cabo, no eramos nada, apenas amiguitos cariñosos, cosa típica en los gays. Durante una semana jugamos a apasionarnos, más nada.

- Juan Diego, yo te amo - me dijo mirandome fijamente a los ojos -. Eres el chico que soñé, el hombre que busqué siempre. Es solo…

Enmudecí. Álvaro me amaba. Lo veía en sus ojos y esos ojos grandes no mentían al avivarse así. Pero… de qué servía eso.

Me pidió vernos el lunes. Acepté.

Rápidamente, Leonel, la urraca del grupo, se encargó de averiguar todo sobre esa parejita. Alvaro y Claudio, así se llamaba el tipo que lo seguía besando, tenían casi siete años de relación, vivían juntos y tenían su propio negocio: una importadora. El tal Claudio, decían, era un pan de Dios, un tipo bueno que trabajaba para fundaciones que ayudan a gays en fase terminal de sida. Es decir, el tipo era el arcangel, Álvaro su acompañante y yo el demonio que sin querer se metió entre ellos.

Pero como a veces Leonel bebe raciones de maldad líquida, se encargó de presentar a nuestro grupo con su grupo. Fuimos recibidos con beneplácito. Jóvenes, guapetones, bien presentados. La incomodidad me carcomía de principio a fin. Para mi desgracia, mi amable anfitrión fue Claudio. Por más que hubiese querido odiarlo para así quitarle la pareja sin contemplaciones de algún tipo, debo decir que él era un buen hombre, un tipo inteligente, poco agraciado fisicamente, pero con las características de esos hombres buenos que nacen para cambiar el mundo. Álvaro me observaba con ternura, pero a la vez lucía asustado, nervioso. Leonel lo retaba con la mirada y Guillermo lo odiaba diciéndole salud. Fabián lucía muy entretenido con un contemporáneo suyo y Omar casi se había enamorado de uno de los del grupo.

Claudio se encargó de restregarme, sin mala intensión, claro, lo felices que él y Álvaro eran desde hacía siete años. Me habló del amor verdadero, de lo difícil de mantener una relación sentimental gay, de lo mucho que anhelaba quedarse para siempre junto a su Alvarito, de cuánto habían pasado juntos, superando a todo y todos, de como Álvaro era su vida, su centro, aquello que lo forzaba a seguir. Me contó que había estado una semana de viaje. Fue al entierro de una tía querida en el norte.

Supe bien que durante su ausencia, el desgraciado ex-arcángel se había encargado de ilusionarme y besarme riquísimo.

Las horas pasaban a punta de baile y abundante cerveza, casi amanecía y, extrañamente, Álvaro y Guillermo habían hecho buenas migas. Del odio inicial de Guillermo, pasó a una suerte de comprensión gay-machista. Me diría mi amigo, después: "Álvaro te ama, eso no lo dudes". Leonel también cayó en las redes floreras del ex-arcángel. Fabián y Omar fueron por el mismo camino, y Nadiana, que luego de bailar, fue felicitada por todos, sobretodo por Álvaro, acabó comprendiéndolo. Todos lo entendieron. Todos lo aceptaron. Todos lo querían. Yo, a un lado hablando del amor verdadero con aquel que no era el amor verdadero de Álvaro, no entendía nada. Es que el ex-arcángel tenía magia, era sencillo que lograra que todos lo entiendan.

Pero ahí no hubo magia. Hubo verdad, una triste verdad. El abundante trago había logrado que Álvaro, medio borracho, le confiese a su nuevo amigo íntimo Guillermo, la verdad que lo ataba a vivir una relación sentimental con el único de los presentes que no bebía licor. Claudio solo tomaba agua mineral.

Como para avivar la telenovela venezolana, como punto máximo de drama en el talk show de mi vida, me enteraba por boca de Guillermo, que Álvaro le había confesado borracho que Claudio albergaba un cáncer al páncreas que se estaba generalizando. Los médicos le habían dado poco tiempo de vida, pero Claudito, se aferraba a la vida. Había adelgazado treinta kilos y seguía de mal en peor...

Vi, luego, como Claudio abrazaba a Álvaro, con tanto amor, asiéndose a sus brazos, encontrando vida en él, y supe que la telenovela de mi vida con Álvaro debía llegar a su final. Talk show o estupidez, lo vivido ya era demasiado, mucho. Corrí al baño y me puse a llorar. Mojé mi cara. Creo que me había enamorado de Álvaro y carajo, eso estaba mal, muy mal. Álvaro entró al baño en ese momento y me abrazó. El acohol hacía estragos en él. “Te amo, carajo” lloraba. “Me cago por ti” y frases que los borrachos que siempre dicen la verdad suelen barbotar. Y, para que mentir, yo también lo amaba. Lo supe cuando sus lágrimas caían sobre mi polo. Pero eso no podía ser, pues. ¡Qué salado podía ser! Encontré al chico perfecto y su vida era más imperfecta que la mía y su imperfección me llenaba de infelicidad.

- Nos vemos el lunes - me dijo y se alejó.

Lo vi el lunes por la noche. Tarata con Larco y otra lluvia que destrozaba mi peinado servían de marco. Nos abrazamos mucho. Caminamos un rato, y luego hice algo de lo que según mis amigos debía arrepentirme, pero de lo que no me arrpiento. La verdad, no suelo arrepentirme de nada. Álvaro y yo fuimos a un hotel e hicimos el amor. Fue una noche extraordinaria, alucinante, con vino tinto y música de Bacilos como fondo. Lo forcé a pasar la noche conmigo utilizando artilugios que sé manejar muy bien. Esa noche no importó nada, lo quería la madrugada entera para mí, quería a Álvaro oliendo a mí, a ese olor a tabaco que mi YSL deja en mi aliento y mi ropa y que se mezclaba con mi Chanel allure y lo enloquecía más.

Pobre Álvaro, había hecho de su vida un pretexto para no ser feliz. Su ropa olía a medicina, su billetera andaba lleba de recetas, era un enfermero que actuaba a la vez como respirador artificial de un hombre al que no amaba. Ya habían terminado la relación porque Álvaro había dejado de amarlo, pero la maldita enfermedad lo forzó a volver con él. Pasó el tiempo, la rutina típica y cierta noche llegué yo y lo cambié todo.

Esa noche le hablé claro. Le dije que no sea tonto, que tenía derecho a llevar una vida normal y el mismo derecho a amar. Le dije que Claudio iba morir con él o sin él, que no lo abandone, pero que no sea esclavo suyo.

Álvaro me dedicó esta canción, la que matiza el post y matiza cada uno de mis días nostálgicos. Me pregunté mil veces donde fuí parar, me sentí malo, pero a la vez feliz.

A los dos días, Álvaro terminó su relación con Claudio. Se fue de la casa. A los quince días, Claudio murió. Luego del entierro, Álvaro se fue del país.

Antes de viajar me buscó. Me dijo que me amaba como nunca había amado en su vida, pero que luego de la experiencia con Claudio necesitaba marcharse un tiempo. Me pidió que lo espere y que cada vez que escuche nuestra canción recuerde que donde quiera que el esté me pensaría y amaría un poquito más.

Y, esta noche de sábado en la disco, hoy, Álvaro volvió. Está igual, quizá más lindo, pero han pasado dos años de todo eso y no le perdono su larga ausencia. Si me amaba como decía debió quedarse a mi lado, no lo hizo y su miedo o deseo de renovación o estupidez, tiene un precio, mi negativa a aceptarlo junto a mí.

Me mira con pasión, diría que hasta con amor, pero ya no soy ese Juandieguito tonto que soportaba y esperaba. Mis amigos le dicen salud, él sonríe amplio, alegre, parece que es por fin feliz. Su mirada tiene amor y nostalgia, me baila gracioso procurando arrancarme una sonrisita. Corre hacia la cabina del DJ y habla con él. A los minutos, “Tabaco y chanel” retumba por la disco, el se acerca a mí y me dice: “Te amo y ya volví”. La canción sigue sonando, doy media vuelta y me voy de la disco, solo, sin amigos, sin Álvaro, sin nostalgia por el pasado.

Hay amores que no pueden ser, amores que ya no son... Yo arreglaría la frasecita melosa de Omar. “Si encuentras el amor déjalo ir, si vueve es tuyo, pero si demora mucho ya fue... “ y Álvaro ya fue...

JUAN DIEGO
 

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