Del amor al odio...

Este es mi último post... Charly leyó mi blog, vio lo que puse de él y reaccionó de extraña manera...

¡Regresé!!

Volví a postear después de un año... Comparto con ustedes EL PRINCIPE LLEGÓ...

Fumando espero...

En días simples llego a fumar una docena de cigarros. En días medianamente complejos puedo fumar hasta quince. En días terribles, en esos momentos en que la tensión me devora y ...

09 febrero, 2008

ERES CABRO!!!! 2da parte

Publicadas por Juan Diego 91 comentarios


Esa noche no pude dormir. Imaginaba a Lidia Meléndez, traumada, acojudada, transtornada, diciéndole a mis papás lo que había visto. "Encontré a Juandi y Sandrito desnudos dándose de besos" y se echaría a llorar inconsolable, loca, más traumada, acojudada y transtornada que antes de decirlo.

La luz de la noche se filtraba azulada a través de la ventana cubriendo mi habitación de un halo terrorífico. Mis manos sudaban como hojas empapadas por la lluvia, mi cabeza se atiborraba de un nuevo temor cada minuto, mi silencio coyuntural se rompía con sollozos...

Todos mis miedos a punto de estallar. Mi madre lloraría como una loca porque su Juandieguito era maricón, mariconazo, cabrazoooo, y nunca más me hornearía un keke para comerlo calentito en el desayuno, ni me miraría hermosa y dulce al partir a la escuela, ni me daría mis siete besitos y mi bendición matutina. Mi papá me sacaría la madre y la abuela juntas porque yo era su engreido, su Juandi inteligente y buenito, ¡carajo!, el Juandi que entonaba afinadísimo cancioncitas lindas camino del colegio y al que él llevaba orgulloso de la manito, y su mano negra y fuerte me paseeba por esas aceras vetustas del Callao, y sacaba pecho porque me había ganado todas las diplomas de la primaria y decía voz en cuello ¡ése es mi hijo! Bueno, y a Sandrito iba a ser dificíl volverlo a poseer. Tan rico que era poseerlo mientras me ponía su carita de pavito malcriado.
Había adiestrado a Sandrito sobre lo que tenía que decirle a sus padres cuando el escándalo explote. Debía aclarar, muy frío y seguro, que lo que hacíamos era un tonto juego de chiquillos arechines que de tanto pensar en mujeres calatas decidieron esa única vez, ver si sus pipilines habían crecido lo suficiente para satisfacer a alguna hembra que se nos cruzara llegado el momento. Pero, la joda de la situación y la confianza de amigos hicieron que, él y yo, juguetones por naturaleza, pusiéramos nuestros cuerpos uno encima de otro. Era una escusa creíble. Los adolescentes son calentones por inercia y gustan de juegos exploratorios a veces raros, así que ni Lidia ni Samuel Meléndez debían exagerar con esa payasada. "Míralos a los ojos, no tiembles, relájate, Sandro" le dije varias veces antes de irme a casa esa tarde funesta. Claro está, el miedo igual corroía mi valentía y solo el rezo abundante me otorgaba cierta calma.

Pero como el hombre propone y Dios dispone, recé aquella noche como nunca lo había hecho (hasta ese momento) y prometí el oro y el moro al Dios bueno que me hacía llorar, y a su mamita, la virgen, la arropé en mi almohada y la bañé de lágrimas. Mi vida estaba a punto de cambiar, a un paso de destruirse, a un leve suspiro de ser una triste vida... Entre suspiros y llanto me dormí. Me despertaron los siete besos ricos de mamá, los boleros de papá, los ladridos del flash, la sonrisa de Frida, los gritos de Santiago, el abrazo tierno de Martincito, la luz clara y fresca de esa mañana de abril...

Partí a la escuela cubierto de risas, las risas que la fiesta de cada mañana hacía brotar de mi boca. Sentí alivio. Diosito era buenito, es que yo no era tan malo, solo cacherito de Sandrito y casi cabrito de quince veranos. Mamá me despedía moviendo sus manos huesudas y largas. Yo reía. Papá palmeaba mi hombro, el sol brillaba intensamente, mi corazón se aliviaba, Dio era bueno, carajo...

Llegué al colegio, busqué a Sandro, no me dio cara. Lo encaré en el refrigerio. ¿Qué tienes? le increpé. Cuéntame qué pasó... Apenas me miró, y me dijo con la cara mustia que no pudo mentir y le contó a sus papás que Juandieguito y él hacìan mañoserías desde los diez años.

Grité como un demente. Le dije que era un imbécil, un cabroooo, un tarado incapaz de manejar una situación que no era tan complicada. Él dio media vuelta y me dejó con los gritos en la boca. Al minuto regresó y me dijo que no me le acerque más, que yo era una mala persona, una influencia negativa para él... Mi corazón no tenía tiempo ni ánimo de romperse. Lo vi alejarse con su caminata de chiquillo asustado que tanto me gustaba. No lo volvería a ver hasta después de seis años...
Regresé a casa caminando con extrema lentitud. Parecía que los edificios y los árboles se burlaban jadeantes al paso del cabrito. Recé otra vez. Odié a Sandro, debió hacerme caso, pero fue cabroooo y me embarró. Todo lo que había planificado con absoluta frialdad se había destruido. Quise que la situación pareciera un juego tonto, que no trascendiera y que Lidia borrará rápidamente la gelidez que abrumaba su mirada. Pero, Dios no me había escuchado, me traicionó, me traicionaron el cielo azul y sus habitantes que tanto amaba.

Llegué a casa. Mi primo Segundo nos visitaba. Mamá y papá me saludaron como siempre, pero noté algo extraño en sus risas, un brillo opaco en sus ojos. Frida apenas me habló. Me encerré en mi cuarto, lloré un poco más. Cuando sentí el auto de mi primo rechinando al partir, mi corazón se quedó estático. Mis padres subían la escalera presurosos y al llegar a mi cuarto tocaron la puerta con insistencia.
Sequé mis lágrimas, quizá eran solo ideas mías, tonterías producidas por mi conciencia sucia... Mamá me miró y se echó a llorar. Papá traía la cara en el piso. No estaba molesto, estaba dolido, desilusionado... ¿Qué pasa? alcancé a preguntar...
En ese momento mi vida cambió. Dejé la adolescencia para convertirme en hombre. Hombre cabro, hombre gay, pero hombre, al fin y al cabo, con la hombría propia de Juan Diego, ésa que no se parecía a la que anhelaba su papá, pero era hombría...
Samuel Meléndez había interceptado a mi padre durante la compra del pan y le dijo fríamente que su santa esposa nos había encontrado desnudos en la cama, y que Sandrito me poseía echado sobre mí. Osea, Juandieguito era un reverendo cabrazo.
Aunque había ensayado ser frío y práctico, me eché a llorar desconsoladamente. Escuché los cuestionamientos, preguntas, el qué hemos hecho, en qué fallamos, porqué nos haces esto, porqué nos averguenzas así, porque Juan diegooooo, porqueeeeeeeee y lloraba el triple mi mamá. Quería decirle que no exagerarán, que yo no quería ser como la Gommy, que solo quería disfrutar de algunos hombres ricos que se me pusieran en el camino y, si el Dios que ese día me había traicionado, me ponía un pata rico y bueno, pues, ser su parejita, ser novios como se cuenta en la internet que llegan a ser muchos gays . Pero mamá se apretaba el rostro hasta maltratárselo y sus lágrimas salían como de un caño, papá no paraba de preguntar con cuántos hombres más me había acostado. Por supuesto, le dije que con ninguno más. La verdad, mentía...

Pero debía hacer una aclaración inmediata. Sandro no me había poseído jamás. Desde los diez años fui yoooo quien le hizo el sexo al potoncito, él jamás posó algo suyo sobre mí. Mi papá detuvo sus reclamos, mamá acabó intespestivamente su llanto. ¿Cómoooo? preguntaron al unísono. Aclaré suelto de huesos y como buscando limpiar mi honor mancillado por tal mentira, que yo, Juan Diego, Juandi, Juandieguito se comía riquísimo al Sandrito y lo demás era mentira...

Papá corrió a la tienda de los Meléndez y encaró a Don Samuel: "Mi hijo se tiraba al tuyo" le increpó como sacando a relucir un escudo que protegía a su Juandi de los rayos ultravioletas que disparan mariconada. El tiendero titubeó, su rostro adquirió matices naranjas y gritó Sandrooooooo. El culoncito bajó atolondrado para ser cuestionado. Sandro asintió ruborizado y aceptó que era yo quien lo hacía feliz. Doña Lidia lloró triplemente traumada, acojudada y transtornada . Una cosa era que su hijo se comiera al corrompido futuro cabrito declarado del Juadieguito, y otra, muy distinta, era que el Juandieguito con cada remecida que le dio a su Sandrito lo había corrompido y declarado como futuro cabrito. Mi padre sacaba pecho. "Mi Juandi era el hombre" habría dicho feliz, pero la consideración ante el dolor terrible que debían experimentar los padres del pasivito descubierto, lo detuvieron de festejar ahí mismo y botar de contento las rumas de leche y arroz.
Mamá me dijo que lo que habíamos hecho era malo, que no lo volviera a hacer nunca más. Que los hombres debían estar con niñitas, ellas tenían chuchita y nosotros pipilín, y eso era lo normal, cuerdo, lógico, y ya verás cuando lo pruebes, me dijo papá, es más rico... Todo volvió a ser lo mismo. Juan Diego no era el cabrooo que ellos creían, tenía sus problemitas quizá, había que tratarlo o entederlo, pero cabrooo como el Sandrito no era... Pobres de los Melendez, lidiar ahora con un cabrito en la casa, un chiquillo al que le gusta el pene, ¡Qué miedo! Voy a rezar por ellos, decía mamá...
Pero a mí me gustaban los hombres, y las chuchitas me despertaban tanto interés como la física cuántica. Yo era cabrito, quizá má que el Sandrito, pero para mis padres, para Frida, era un cacherito que se confundió de hueco, un chiquillo precoz que buscaba su lugar en el mundo y usó el agujero del vecino como radar... No obstante, para mí todo había cambiado. Cada vez que recordaba los ojos de la Sra Meléndez viendo a su hijo desnudo sobre mí, sabía que ya no era el mismo. El rechazo de Sandro, la noche sin dormir, la consecuencia de mostrar tu verdad aunque los otros no la entiendan y, sobretodo, el saber que nada de eso habría pasado si yo no hubiera sido cabrito, me llenaban el pecho de una extraña sensación...
Esa noche supe que era libre y cabro, ¡eres cabro! me dije, ¡eres gay!, y supe bien que eso no iba a cambiar, que era como un sello, una suerte de estigma que podía ser delicioso y terrible, pero que estaba aquí, metidito en mi pecho, luchando por no salir de mi boca y palpitando en mi todo. Eres cabro, Juan Diego, no como dice el pelucón, ni como tu papá cree que es Sandrito. Eres cabro, simplemente, porque Dios no te había traicionado. Te había puesto, sabiamente, las herramientas necesarias para encontrar tu camino...
Y, hoy frente a mi notebook, sé que aún no encontré mi camino, es tan difìcil. Pero aquí estoy, menos cabro y más gay, mas Juan Diego y menos Juan Dieguito, y listo, acicalado, perfumado e ilusionado con esta noche de sabado, de disco gay, donde seré uno más del mar de gays y cabritos con historias y sueños parecidos y que aún no encuentran su camino...
JUAN DIEGO
 

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