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17 marzo, 2008

DIOS Y YO...

Publicadas por Juan Diego 419 comentarios

Algo le pasó a Guillermo el lunes. Llegó al depa de Fabián con la firme idea de ir a una iglesia y confesarse. Armando, el chico con el que sale desde hace un par de semanas, parece estar influenciándolo para que recurra a un lavado urgente de pecados.
Algo le pasó a Guillermo el lunes. Llegó al depa de Fabián con la firme idea de ir a una iglesia y confesarse. Armando, el chico con el que sale desde hace un par de semanas, parece estar influenciándolo para que recurra a un lavado urgente de pecados.

Leonel se burló en su cara. ¿Confesarte tú? ¿Qué le dirás al cura? “Padrecito, confieso que me gustan los penes… jajaja…” Omar nos confesaba su miedo a confesarse. “Se imaginan la cara del cura cuando le diga que soy homosexual, seguro me excomulga… nooooo”

Fabián sonreía recordando la última vez que se confesó, hace como diez años y cuando su mami vivía. La señora, devota del Señor de la Justicia, lo llevó a rastras hasta el confesionario. El cura tenía como cien años, apenas escuchaba, no hablaba ni veía. Fabián inicio el recital de pecados que tenía apuntados en un cuaderno de doscientas hojas, pero el curita obsoleto lo absolvió antes de que él confesara que se había acostado con su tío. Dice que llegó a decirle ¡Soy gay, padre! y el cura, cuyos oídos ya habían muerto, lo bendijo con frenesí. Fabián dice haberse sentido confesado a medias, pero confesado…

Yo me confesé por última vez antes de salir del colegio. No volví a hacerlo más. Me enseñaron los salesianos (y obligaron) a confesarme una vez por semana. Seguí la rutina durante años. Mi declaración pecadora era muy genérica: consistía en mencionar un mandamiento y decir en qué lo había faltado. Nunca especificaba el pecado. Dejé de confesarme cuando tomé conciencia que nunca dejaría de ser gay por más rezo y penitencia que realizara. Después de Sandrito evité confesarme para siempre. Hoy no me confieso porque tendría que aceptar un pecado que yo no creo pecado: ser gay. Y no confesar un pecado que el cura considera pecado sería faltar al sacramento de la confesión y con eso pecar. Y ser como soy e intentar ser feliz siendo así, no es pecar.

Hace un rato el ánimo de Guillermo cambió. Del lunes de entusiasmo religioso, pasó a un jueves de melancolía y resentimiento religioso. Guillermo salió del trabajo y partió feliz a confesarse en una iglesia bella y colonial. Esperó su turno paciente y nervioso. Mas cuando le llegó el momento de redimirse tembleteó de pies a cabeza, sus labios se mostraron trémulos y todo aquello que había ensayado para decir con sustento que era gay, pero amaba a Dios por sobretodas las cosas, no tomaba su santo nombre en vano y honraba a su madre y su padre (aunque el viejo ése no lo merezca), se fue al carajo porque se sintió más enano que de costumbre, muy chiquito, un puntito negro en medio de aquel templo enorme y rococó. El cura con camisa negra y clerigman blanco lo ojeó impaciente, y como hoy todo se ha simplificado, hasta las confesiones, el hombre de Dios le pidió decir su peor pecado. El titubeo de mi amigo prosiguió, los ojos del cura se dilataban de la impaciencia y Guillermito logró decir con la voz poco potente: padre, soy homosexual, pero … yo … El cura lo vio con el mismo desprecio con que un judío miraría a Hitler si lo tuviese en frente y preguntó asqueado ¿te arrepientes de ser… homosexual? Calmado y humilde cómo ya no es, trato de sonreír y musitó para que no escuchen las señoras con velo que seguían en la cola: “Padre creo que Dios me ama siendo gay y no me arrepiento de serlo, pero si de algo… “ El hombre que paso doce años en un seminario intentado comprender mejor a las ovejas del rebaño del señor, lo echó del confesionario no sin antes decirle que Dios no lo quería en su grey y que era una aberración, etc, etc, etc.

No debería decirlo porqué sé que Guillermo se va a molestar, pero mi amigo salió llorando del templo. Recordó cuando era niño e iba a la misa con su abuelita-mamá y la señora le hacía cantar ‘pescador de hombres’ y él entonaba la canción a volumen alto para que la señora se sienta feliz y la virgen se sienta feliz y papalindo más feliz. Y lloró más Guillermo, porque cuando hizo la primera comunión usó una ropa viejita pero se sintió el más feliz de todititos y no masticó a Jesucito, lo tragó suavecito para no dañarlo y amarlo un poquito más. Lloró en la calle porque lo acababan de crucificar con unos clavos enormes que inflamaban el corazón. Se sintió humillado, insultado, hasta alejado de Dios o de la idea de Dios que ellos creen tener. Un Dios castigador y duro que no se parece al Dios al que le reza cada noche, al que luego de decirle te amo Señor, le brinda un calmado suspiro de amor en el pecho.

Llegó a casa de Fabián y lloró como un niño y, para que mentir, todos lloramos con él. Nadie se aguantó el berreo. Lloramos hasta que Nadiana nos paró en seco y pañuelo en mano y nariz, nos dijo que Dios nos amaba, carajo…

Leonel se había olvidado de las burlas que suele lanzar y decía que prefiere no rezar porque siente vergüenza de rezarle a ese Dios que dicen otros no nos incluye en su plan ni nos quiere como hijos. Porque a veces por no sentirse hijo suyo quisiera irse de una vez con él para saber porqué no lo quiere si no pidió ser así. Pero es el mismo Dios quien lo regresa a la vida. Dice que suele verlo azul, brillante, acariciándolo con rayitos de ternura en la cabeza.

Omar recuerda las fiesta del Señor de Huamantanga, donde ataviado con uniforme de raso negro y cintas color arco iris zapateaba hasta desmayarse para que Diosito lo viera con piedad porque el niñito provinciano de mejillas rosa se sabía diferente y malo, porque en Ancash y en el mundo entero los maricones son malos y Dios no los quiere. Y le ponía piedras a su cama para sufrir un poquito como sufrió Jesús y debía sufrir más para alivianar la carga de ser un invento que nadie quería usar ni ver. Pero Dios lo amaba en los atardeceres cuando el sol se escondía ladino tras la cordillera, cuando mamá lo acercaba a su pecho grueso y besaba su cabello, cuando Juanito le daba un beso a los once años y él corría descalzo por el monte, feliz, tan feliz que Dios tomaba color luna plateada y perdonaba sus ofensas.

Cuenta Fabián que durante su estancia en el convento intentando ser fraile franciscano, sus roomates con sotana y crucifijo en el pecho rezaban tanto, tanto, tanto que parecían olvidarse de Dios por entonar oraciones perfectas y cánticos en latín, olvidando salir a la calle a batallar con manos y pies por saciar en algo ese hambre cotidiano de una ciudad enorme y pobre. Nunca escuchó una oración por los que como él eran capaces de amar a un hombre. Nunca nadie oró por aquellos hijitos del cielo que padecían por no encontrar paz en sus almas homosexuadas. Solo escuchó a Fray Felipe, viejo español de rostro duro y ojos endiablados, decir que el más grande, peor y asqueroso pecado era el sexo entre hombres, que ese pecado mortal volvía a crucificar a Jesús y que el Cristo bueno de pelos largos murió por salvarnos de cualquier pecado menos del de ser un puto maricón. Fabián hizo una promesa con Dios, le habló claro. “Señor, - le dijo solemne - si es malo e indebido sentir como siento que se me caiga el techo de la celda en la cabeza”. Pasaron varios semanas y mi amigo esperó que el techo se desplomara. Por esos días, extrañamente, un acontecimiento que nadie pudo explicar originó que el techo de la celda de Fray Felipe se derrumbara matando al religioso. Al día siguiente Fabián abandonó el convento.

Nadiana entra a la iglesia vestido de mujer. No le importa nada. No le importa que las viejas beatas lo miren de soslayo con la dentadura postiza a punto de dispararse. No le importa que sus tacos hagan un ruido descomunal y hagan que las miradas se posen en la mujer alta y bien vestida que posa sus rodillas frente a la Virgen de la Puerta. Ella cierra sus ojos y agradece por ser Fernando y poder ser Nadiana. Pide perdón por ser feliz, porque a veces ser feliz es malo, y pide perdón por las señoras que tapan los ojos a sus hijitos para que no vean que esa chica linda esconde el pipilín tras el pantaloncillo ajustado y el humo del incienzo. Reza y se libera. Sonríe, agradece y pide por mamita y papito, por nosotros, por el mundo raro en que decidió ponerlo mujer y porque pronto pueda juntar el dinero para comprar sus prótesis y por fin tener senos.

El llanto cesa. Guillermo sonríe y asegura no tan seguro que él sabe bien que Dios lo ama y lo ama mucho. Fabián asegura sentir ese amor cada día y luego vuelve a llorar. Omar trata de recordar el baile para el Señor de Huamantanga y al hacerlo grita emocionado que Dios está aquí, entre nosotros, viéndonos llorar dubitativos de un amor del que no debemos dudar. Leonel se mantiene callado, no dice nada, solo nos mira. Nadiana se levanta presurosa y nos pide ir juntos a la misma iglesia de donde echaron a Guillermo. “Vamos a rezar” grita y coge su cartera.

Nunca he dudado del amor de Dios, nunca he creído ser una falla o un defecto de fábrica. Dios es perfecto.

Siento el amor de Dios cada día y aprendí que cada hombre tiene un modo particular de ver y amar a Dios. Aprendí que las religiones organizadas son métodos para encontrar a ese Dios bueno al que todos buscamos agradar y, sobretodo, aprendí, a soportar, escuchar y hasta reírme de aquella gente que jura tener la fórmula perfecta de la relación con el creador. Aprendí que Dios me hizo gay, y que descubrirme, amarme y sobrellevar a la gente que señala que ser como soy es malo y pecaminoso es solo una prueba para ser el hombre gay fuerte del que él, mi papá, papá Dios se pueda sentir orgulloso. No me confieso porque no quiero, me comulgo a veces porque quiero y siempre rezo porque quiero y debo. Tengo una linda relación con Dios. Le cuento todo aunque él lo sepa todo, y le pido de todo aunque el que me de lo que considere necesario.

No siento culpas por ser gay. Dios nos pone en el mundo para ser felices. Qué injusto sería vivir para otros y no para mi propia felicidad. Dios es mi padre y no hay padre que quiera un hijo infeliz. A veces me equivoco tratando de encontrar mi camino, tratando de vivir. Si fuera heterosexual también trataría de ser feliz y sé que sería tan difícil lograrlo como lo es siendo gay.

Dios es sabio. Dios es bueno. Es mi padre y siento que existe y vive en cada uno de mis días. Es mi amigo y cómplice.

Esa gente que cree atacar mis convicciones y tranquilidad incentivándome a arrepentirme de mi supuesto pecado sacando a relucir párrafos bíblicos, me importa tanto como hacer el amor con una mujer. Respeto su postura. Respeto las ideas de todos, soy un demócrata. Pero no creo que un libro escrito por los hombres y en una época distinta, deba enmarcar cada paso que doy. Además, la Biblia y sus hermosos relatos está sujeta a una febril y siempre parcializada interpretación de los hombres. Mientras que para algunos la historia de David y Jonatan es una historia de amor gay, para otros es una simple historia de amistad fraternal. Basta ver que católicos, evangélicos, judíos y testigos de Jehová se jalan las mechas tratando de demostrar que su interpretación bíblica es la correcta, que su Dios es nuestro Dios y que comer chancho puede ser pecado o un rico manjar dentro de la carapulcra. Es que cada quién busca encontrar su camino y lo hace de mil formas distintas… casi todas válidas.

No peleo ni me resiento con aquel que no piense como yo, no tiene porqué hacerlo. Dios es tan grande y perfecto que alcanza para todos. También para los gays.

No peco por ser gay. Peco si no actúo con solidaridad, si soy egoísta, cruel, si atento contra los mandamientos elementales de la convivencia humana y que no son diez. Peco si ofendo, si daño, si fundamentalizo mi creencia, si alucino que tengo la verdad absoluta, si no soy capaz de entender al hermano del lado, si soy superficial, injusto y no pongo como prioridad ser auténticamente feliz. Peco si soy infiel, si me drogo, si soy promiscuo, si miento, si no soy tolerante, si no valoro a mi familia, no hago bien mi trabajo, no aporto socialmente, si maltrato a los animales, si no hago nada por mejorar este mundo pecador en el que me muevo.

Muchos fundamentalistas, de esos católicos o evangélicos que dicen que los gays somos imagen y semejanza del diablo, serían capaces de perdonar violadores, hombres infieles, drogadictos asesinos y padres que dañan a sus hijos solo porque esos desgraciados son heterosexuales. Muchos católicos que se rasgan las vestiduras hablando de lo que dos hombres o dos mujeres hacemos en la cama, no dicen nada acerca de las miles de violaciones y abusos cometidos por sacerdotes contra menores de edad. Y esos evangélicos que terminan hablando en lenguas raras solo para liberar a los maricones del machísimo espíritu de satanás, no dicen nada acerca del diezmo y de las riquezas inconmensurables que alcanzan sus iglesias. Insisto, cada quien es libre de agradar a Dios como mejor le parezca.

Incluso respeto a esa gente gay que dice haberse transformado. Hombres que alguna vez se quedaron sin pene hoy convertidos en padres de familia o gays con el trasero destruido por el uso casi animal, consagrados como pastores gracias a haberse arrepentido y haber encontrado en las santas escrituras alguna revelación que el resto no ve. Los respeto. No soporto su presencia, soy sincero, menos cuando quieren demostrarte que su vida hoy es limpia y la tuya no, pero los respeto pese a que me dan risa.

No hay peor pecado que ser deshonesto contigo mismo y procuro ser honesto con mi vida y mis ideales. Dios me ama, me ayuda y me acompaña. Mamá reza por mí cada noche y le pide al mismo Dios que nos junta que cuide a su Juandieguito. El me cuida, yo me cuido…

No comentaré nada sobre aquella gente que atribuye que el SIDA es un castigo por ser gays. Este post es sobre mi relación con Dios y no sobre la ignorancia y estupidez de muchos de sus hijos.

Salimos todos rumbo a la iglesia, Hay cierto recogimiento en nosotros, algo de alegría rebelde. Vamos a retar al mundo, al cura intolerante, a nuestros propios temores.

Me arrodillo ante aquel altar precioso, tallado por manos indígenas hace ciento de años. Tengo sobre mí a la Virgen bella, celestial, viéndome maternal. Amo a María, a los santos, los ángeles, amo a Dios.

Guillermo pasa cerca del cura intolerante, el cura ni se percata del bajito homosexual al que botó, ése que fue con la firme intensión de ser un mejor hijo del padre para que él trabaja.

Leonel bota unas lagrimitas, Fabián enciende una vela, Nadiana se acerca a Santa Rita, Omar se aferra a la imagen del Sr. de Huamantanga y yo siento que Dios existe más que nunca en nuestra homosexual sencillez, en nuestras ganas de vivir, en nuestros deseos de ser felices…

Gracias señor por este día, por esta vida, por la libertad que me das para encontrar mi camino.

Te amo, Señor. Te amo con toda mi alma. Gracias padre. Perdón padre. Líbranos del mal. Amén.

escribeajuandiego@gmail.com

 

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