Del amor al odio...

Este es mi último post... Charly leyó mi blog, vio lo que puse de él y reaccionó de extraña manera...

¡Regresé!!

Volví a postear después de un año... Comparto con ustedes EL PRINCIPE LLEGÓ...

Fumando espero...

En días simples llego a fumar una docena de cigarros. En días medianamente complejos puedo fumar hasta quince. En días terribles, en esos momentos en que la tensión me devora y ...

31 marzo, 2008

UN OLOR A TABACO Y CHANEL

Publicadas por Juan Diego 260 comentarios
El sábado, para variar, fuimos a la disco. Fabián y yo no andábamos muy entusiasmados con la idea. Sin embargo, la alegre presión a la que fuimos sometidos, nos forzó a soltar los pies y mezclarnos con el bullicio destemplado del espacio centelleante que nos hace bailar casi por inercia.

Era una típica noche de discoteca. Leonel esperaba que Paul, su amante heterosexual, le marque al celular para saber que estaba libre y podían encontrarse. Cada sábado algún acontecimiento familiar retiene al muchachito hasta las tres de la madrugada. Omar bailaba un poquito más allá con un chiquillo de la selva que, dicen, baila ritmos de su tierra como nadie y que, en hilo dental deja ver las dos más bellas montañas de carne techocumbieras del oriente peruano. Nadiana estaba en el camerino en plena sesión de maquillaje y peinado alistándose para salir al escenario a cautivar como Edith Piaff. Fabián odiaba al triple a Paulina Rubio porque el DJ decidía poner una semblanza musical de la mexicana y el aburrimiento que lo oprime cada sábado a eso de las dos de la madrugada empezaba a apoderarse de sus pies. Guillermo miraba desesperado su reloj. Armando, el chico con el que sale hace tres semanas, no llegaba. El humor de mi amigo no era el mejor, sería plantado por segunda vez en una misma semana y el chato no estaba dispuesto a soportarlo. Yo, bailaba solo, como me gusta, y miraba disimulado a un pata simpaticón que me hacía ojitos a casi dos metros de distancia...

De pronto, algo cambió. Mis ojos se dilataron imprudentes y mis oídos registraron un chillido que remeció mis tímpanos para acabar alojándose cerca de mi pecho. El aceleramiento nervioso que vivió mi corazón es difícil de explicar...

Cuando menos me lo imaginaba, cuando menos debía pasar, cuando más vulnerable está mi espíritu por esto de arrastrar arbitraria soledad y andar sin compañía sentimental hace tiempo, cuando me dedico solo a trabajar y escribir, justo ahora, justo cuando ya ni me acordaba de él, mis ojos se cruzaron repentinamente con los ojos dulces y alegres de Álvaro.

Álvaro también dilató las pupilas y me vio con una mezcla de grata sorpresa y nostalgia. Me sonrió. Fingí que no lo había visto y seguí bailando con Paulina Rubio. No me quitó la mirada durante todo el rato que duró ‘te daría, te daría, te daría mi vida…’ La Rubio hubiese tenido que cantar en ese momento ‘te hubiera dado mi vida…” y así yo habría podido decirle en su cara aquello que nunca le dije. Álvaro apenas se movía y sonreía disimulado con sus acompañantes. Fabián, siempre observador, percató de la presencia que había dilatado mis columbres y me miró con el entusiasmo de quien descubre el mapa de un tesoro y desea que su amigo corra a buscarlo en ese momento. Leonel se olvidó de que Paul no timbraba y Guillermo que Armando no llegaba y Omar que a su lado tenía el mejor culo de Loreto. Ellos me rodearon avivando la expresión como si realmente todos tuvieran un mapa para que Juandieguín encuentre el tesorito que alguna vez no pudo buscar.

- ¡Diego, allí está Álvaro!!! chilló Leonel.

Quise evitar que Álvaro se percatase de la emoción que se vivía entre mis amigos. Fue imposible. Leonel alzó las manos saludándolo, le siguió Guillermo, Fabián puso su mejor cara, Omar abrió los brazos esperando un abrazo, yo seguí bailando solo, como si nada de lo que se ponía frente a mí realmente importara, como si Álvaro riquísimo y feliz no me importara. Paulina regalaba su última canción y gritaba ‘ni una sola palabra, ni gestos…’

En ese momento mi cuerpo perdió gravedad y mi alma vivió una suerte de impávido suspiro que casi me ahogó. Álvaro estaba frente a mí, sonriente, casquivano, con la misma risita de pendejo que juega a ser macho gay, con un polo blanco que traslucía sus pectorales bien formados, con el cuello blanquísimo, la boca dibujada y los ojos brillosos. Su cabello chipoteaba jugando cómplice con el aire acondicionado. Mis oídos solo registraron un campaneo de iglesia vieja que al mezclarse con el seseo de Paulina y los gritos agudos de las locas vecinas, convertían ese momento en terrible.

- Hola Juandi - me habló pegando su boca a mi oreja. Un hilillo de aire suyo se coló cerca de mi cuello.

- ¡Álvaro! - exclamé más idiota que de costumbre, simulando que no lo había visto y que su presencia encantadora era una sorpresa.

Él me miró fijamente tratando de meter sus pupilas en las mías, como tratando de encontrar al Juan Diego de hace dos años en ese momento. Sus brazos me tomaron de la cintura mientras se acercaba cada vez más procurando hacerse escuchar entre la música estrepitosa. Me quité sus manos de encima. Ya no era su Juandi, no. Ciertamente, tenerlo cerca me acalambraba el alma. No obstante, Álvaro no se merecía verme sometido a sus encantos.

Conocí a Álvaro hace dos años. Me congelaba en la esquina de Tarata con Larco esperando a Leonel. Para variar, mi impuntual amigo me hacía esperarlo. El frío inclemente de esa noche latigaba cada palmo de mi cuerpo. Garuaba y una gris neblina cubría Miraflores.

El agua que se desparramaba del cielo se estancaba en mi cabello destruyendo mi peinado, dejando a la vista una mata negra sin forma que se escurría hasta mi frente. Leonel, ausente, y yo al borde de un ataque de histeria. Cuando entre las sombras zigzagueantes de aquella noche vaporosa, zigzagueó frente a mí la figura de un ángel. Las luces de los autos que se detenían ante el semáforo enloquecido por la lluvia, advertían una cara linda, con ojos enormes y cabello cayendo sobre una frente amplia, con hoyitos en las mejillas y labios de niño. Ese angelito caído del cielo nublado me hablaba, pero mis oídos atormentados por el chasquido metálico de los autos y por una suerte de estrafalario trompeteo nervioso eran incapaces de escucharlo.

Quizá quería saber si no había encontrado sus alas o si conocía la manera en que podía regresar al paraíso. Quizá estaba perdido y pensó que la mata negra de mi cabello era el casco de un policía de turismo. Quizá solo quería saber que hora era en la tierra o era mi ángel de la guarda que llegaba a custodiar mi impaciencia y mi antiestético peinado.

. Hola que tal, me llamo Álvaro - saludo tierno y masculino el arcángel.

Como casi siempre me pasó con él, no supe que decir.

- Hace frío, ¿no? - hablaba melodioso mientras sus brazos cruzaban su pecho -. ¿Te comieron la lengua los ratones? Je,je… Bueno, vuelvo a presentarme, soy Álvaro…

- Yo Juan Diego - logré decir.

El frío y la lluvia importaron un carajo en ese momento. Fui poseído por el espíritu de la conchudez gay y solté casi toda mi biografía. Álvaro me escuchó atento y luego me contó de él. Hablamos, reímos, me invitó a caminar y saber que Leonel estaba por llegar también que me importó un carajo. Me dijo que me había visto desde hacía rato, quería acercarse a mí, pero mi lucha constante con el agua empozada en mi cabeza lo detenían. Me sorprendió escucharlo decir que se había dicho “tengo que acercarme a él, no puedo perder la oportunidad de conocerlo”. Eso me atrapó. Me pegó a él. Fuimos inmensamente gays esa noche lluviosa. No hicieron falta los preámbulos típicos con preguntitas tontas acerca de si eres realmente homosexual o tal vez… Álvaro y yo nos manejamos con miradas y risas, con un extraño calor que aplacaba la baja temperatura. Caminamos lento mientras me contaba de su perro Campeón y de su trabajo en una importadora y de sus ganas de hallar el verdadero amor.

Su signo zodiacal compatible con el mío, sus sueños parecidos a los míos, sus manos rozando las mías. ¡Eso era una locura! Tres horas después y sentados en la banca vieja de un parque nos habíamos contado casi todo.

Nos despedimos luego de intercambiar números telefónicos y mirarnos acojudados como tortolitos con las alas ociosas poco listas para volar y despegarse el uno del otro. Lo vi alejarse haciéndome adiós con las manos grandes, sonriendo como niño malcriado, caminando en retroceso para no despegar sus ojos de los míos.

Desde ese día, nos frecuentamos a diario, hablábamos horas por teléfono y por la noche nos veíamos por web cam. A los dos días no aguantamos y nos dimos un beso largo con manoseo incluido. Fue una semana intensa.

Debo decir, para los que no saben, que soy fumador, a veces empedernido fumador. Álvaro llegó a mi vida y tuvo, automáticamente, la firme idea de alejarme del tabaco. Todos los hombres importantes en mi vida lo han intentado. Fumo hasta hoy.

Alvarito se quejaba del olor a tabaco, de mi boca YSL con nicotina, de mis besos con sabor a madera ahumada. Pero me besaba con locura, quería comerse mi boca en cada beso, succionarme la embocadura por completo. Mi olor a tabaco lo alocaba. Me decía algo lindo, alguna de esas cosas maravillosas que él sabe decir para trasladarte a las nubes albas, luego su carita de ángel se cargaba de pasión, su lengua jugaba traviesa, osada, me abrazaba fuerte, me pegaba a él, su nariz me recorría el cuello cual si fuera franela, raspaba de electricidad mi yugular, se detenía en mi mentón, volvía a mi boca, mordía suavemente mis labios ansiosos de él, sus manos temblaban durante el recorrido que le daba a mis formas, introducía una pierna entre mis piernas, me olfateaba, bebía, volvía a olfatear… ¡Puta mare! soltaba con los ojos blanquizcos por la pasión desplegada. ¡Me traes loco, carajo! chillaba como si odiara estar loco por mí.

Yo estaba loco por él. Álvaro traspasaba sin esfuerzo los linderos de mi calma. Era un ángel con dosis altas de demonio apasionado que me tomaba entre sus brazos y anulaba mis fuerzas, mi cordura. Debilitaba la resistencia de mis piernas y convertía sus labios en un nuevo vicio. Su voz me otorgaba amplias cuotas de locura y a la vez pacificaba mis miedos, ganaba la batalla de mis temores…

Cuando lo presenté a mis camaradas, ellos lo recibieron como se recibe a un héroe de guerra, con honores y respeto. Mis amigos lo acogieron rápidamente, excepto Guillermo. Mi ex-pareja y amigo, lo vio con recelo. Me dijo después, “es guapo, pero… hay algo en él que no me convence“. Como suele decir siempre “a mucha perfección hay que ponerle él doble de atención”. En cambio, Leonel y Fabián pasaron a engreirlo y quererlo luego de diez palabras. Nadiana se dejó encandilar por su caballerosidad y Omar recibió emocionado sus consejos directos y francos. Guillermo siguió viéndolo con desconfianza. Así es él…

Luego de una semana, me pidió ir a la cama. Siempre he sabido que a la cama no debo ir tan rápido. Lo fácil no es apreciable, y aunque el extasis sensorial en el que el susodicho me dejaba hubiera permitido que haga el amor en pleno centro de Miraflores, era mejor hacerme el loco.

Fue invitado a nuestra salida habitual a la disco de los sábados por la noche. Se escusó argumentando que un acontecimiento familiar le impedía acompañarnos. Fuimos sin el arcángel a vivir la experiencia loca de cada fin de semana. Lo extrañé en cada canción, me aburrí, no miré a ningun chico guapo, solo imaginé a mi angelito bailando con su mami y brindando por la unión familiar.

Al día siguiente no me respondió el celular. Se desapareció toda una semana. Le debí haber enviado unos doscientos e-mails. No obtuve respuesta alguna.

Entré en pánico. Su ausencia me ocasionaba terribles sensaciones, dolores de cabeza y malestar estomacal.

Las apuestas corrían entre mis amigos. Todos especulaban sobre los posibles motivos de su ausencia. Nadiana decía que tal vez tuvo que viajar de buenas a primeras y se olvidó de llevar mi teléfono, correo electrónico, etc. Leonel aseguraba que yo había cometido alguna estupidez. ¡Quizás dijiste algo que le incomodó! me reclamaba. Repasé cada una de nuestras conversaciones y negué esa posibilidad. Omar decía que el amor verdadero es así: injusto. “Si encuentras el amor déjalo ir, si vuelve es tuyo, si no nunca lo fue” expresaba con la sapiencia de quien conoce el dolor como nadie. Fabián me habló más paternal que nunca: “Te diré algunas cositas que a veces haces con los chicos“, me dijo. Enumeró decenas de cosas que según él suelo hacer cuando me involucró con un hombre. Debo admitir que algunas eran ciertas, las otras, exageraciones de mi amigo.

Guillermo no decía nada. Tuve que obligarlo a dar su opinión. “¿Quieres de verdad que te diga lo que pienso? Pues creo que ese chico tiene otra relación.” afirmó seguro originando una protesta de todos los panelistas asistentes al talk show de mi vida. ¡Eso es imposible! reclamaba Omar. “Solo es el destino que se torna injusto con aquellos que…” ¡Calma! exigía Nadiana. “Piensen que, quizá, tiene graves problemas existenciales, eso es común en la gente gay”. Tenía razón. “Noooooooooo…” bufaba Guillermo. “Ese chico esconde un secreto terrible, estoy seguro” Leonel puso esa cara de tragedia que pone cuando descubre una verdad espantosa o cree haberla descubierto. “¿Y si es seropositivo? gritó. ¡Cállate! voceó Fabián. “Están especulando y eso daña a Juan Diego”. Fabiancito ya me había dañado un poquito al hacer un análisis de lo desgraciado que podía ser con los hombres. Sin embargo, tenía razón. Cada hipótesis lanzada desgarbaba mi ánimo y aunque necesitaba conocer los motivos reales de la ausencia de mi arcangel, especular me escarapelaba la tranquilidad.

Llegó el sábado siguiente y fuimos como de costumbre a bailar, a desatar esos fragores internos que se acumulan en stress y pena existencial. Bailé como Joaquín Cortéz, zapateando, saltando, agitando el cabello. Debía botar aquellas dudas que me atormentaban. En ese momento, Leonel y Guillermo regresaron del baño con la expresión desencantada, pálidos, con un extraño tic que convulsionaba sus labios. Ambos hablaron con Fabián y Omar, murmurando algún chisme que yo no podía escuchar. ¿Qué pasa? pregunté. Todos me vieron con cara de heroína de telenovela venezolana cuando va a decir una verdad dolorosa.

Entendí que se trataba de Álvaro, lo intuí. No dije nada y caminé con dirección al baño. Sabía que esa era la ruta para hallar la verdad. Mi corazón palpitaba como marimba de banda escolar. Mis amigos corrieron tras de mí. No pudieron evitar que logre ver a Álvaro. Allí estaba, lindo, mirando a todos lados, rodeado de gente que reía. Me vio a distancia. Nuestros ojos se encontraron y se vieron con esa misma nostalgia que solo se puede describir con la canción que matiza este post. Estuvo presto a acercarse a mí. Sonreí como perdonando sus ausencias, sus silencios, tendría motivos valederos para explicar lo sucedido. Pero vi, claramente, que un tipo de unos cuarenta años, quizá más, se trepaba de su cuello y lo besaba efusivo mientras toda la ronda aplaudía. Álvaro no me quitó la mirada de encima todo el rato.

Mis amigos me abrazaron llevándome hacia un lado. La verdad, estaba destruido. No sé si me había enamorado, quizá sí, quizá no. Creo que sí. Mis ojos se llenaron de lágrimas, me sentí pequeño, niño, tonto. Sentí que no había nacido para amar y que era un gay más, a veces estúipido y soñador que cree que hay gays capaces de decir la verdad e intentar amar. Corrí al baño. Me encerré. Mis amigos tumbaban la puerta. Quería estar solo, desaparecer. Cuestioné mi idiota romanticismo, mis ideas pasadas de moda, fui infeliz…

Fingí salir renovado. Leonel me abrazó y amenazó con desfigurar a Álvaro. La verdad es que si le daba permiso, él era capaz de hacerlo. Solo faltaba que Guillermo diga su eterna frase: “demás está decir que te lo dije”. Lo hizo, finalmente, originando la protesta de todos los que asistían al segundo capítulo del talk show de mi dramática vida amorosa.

Pero toda la conversación se cortó abruptamente cuando Álvaro se acercó. Leonel y Guillermo hubieran sido auténticos ninjas destripadores si yo lo hubiera querido. El ex-arcangel me llevó a un lado. Se ahogó en un mar de disculpas que no podían disculpar nada. Le pedí callarse. Al fin y al cabo, no eramos nada, apenas amiguitos cariñosos, cosa típica en los gays. Durante una semana jugamos a apasionarnos, más nada.

- Juan Diego, yo te amo - me dijo mirandome fijamente a los ojos -. Eres el chico que soñé, el hombre que busqué siempre. Es solo…

Enmudecí. Álvaro me amaba. Lo veía en sus ojos y esos ojos grandes no mentían al avivarse así. Pero… de qué servía eso.

Me pidió vernos el lunes. Acepté.

Rápidamente, Leonel, la urraca del grupo, se encargó de averiguar todo sobre esa parejita. Alvaro y Claudio, así se llamaba el tipo que lo seguía besando, tenían casi siete años de relación, vivían juntos y tenían su propio negocio: una importadora. El tal Claudio, decían, era un pan de Dios, un tipo bueno que trabajaba para fundaciones que ayudan a gays en fase terminal de sida. Es decir, el tipo era el arcangel, Álvaro su acompañante y yo el demonio que sin querer se metió entre ellos.

Pero como a veces Leonel bebe raciones de maldad líquida, se encargó de presentar a nuestro grupo con su grupo. Fuimos recibidos con beneplácito. Jóvenes, guapetones, bien presentados. La incomodidad me carcomía de principio a fin. Para mi desgracia, mi amable anfitrión fue Claudio. Por más que hubiese querido odiarlo para así quitarle la pareja sin contemplaciones de algún tipo, debo decir que él era un buen hombre, un tipo inteligente, poco agraciado fisicamente, pero con las características de esos hombres buenos que nacen para cambiar el mundo. Álvaro me observaba con ternura, pero a la vez lucía asustado, nervioso. Leonel lo retaba con la mirada y Guillermo lo odiaba diciéndole salud. Fabián lucía muy entretenido con un contemporáneo suyo y Omar casi se había enamorado de uno de los del grupo.

Claudio se encargó de restregarme, sin mala intensión, claro, lo felices que él y Álvaro eran desde hacía siete años. Me habló del amor verdadero, de lo difícil de mantener una relación sentimental gay, de lo mucho que anhelaba quedarse para siempre junto a su Alvarito, de cuánto habían pasado juntos, superando a todo y todos, de como Álvaro era su vida, su centro, aquello que lo forzaba a seguir. Me contó que había estado una semana de viaje. Fue al entierro de una tía querida en el norte.

Supe bien que durante su ausencia, el desgraciado ex-arcángel se había encargado de ilusionarme y besarme riquísimo.

Las horas pasaban a punta de baile y abundante cerveza, casi amanecía y, extrañamente, Álvaro y Guillermo habían hecho buenas migas. Del odio inicial de Guillermo, pasó a una suerte de comprensión gay-machista. Me diría mi amigo, después: "Álvaro te ama, eso no lo dudes". Leonel también cayó en las redes floreras del ex-arcángel. Fabián y Omar fueron por el mismo camino, y Nadiana, que luego de bailar, fue felicitada por todos, sobretodo por Álvaro, acabó comprendiéndolo. Todos lo entendieron. Todos lo aceptaron. Todos lo querían. Yo, a un lado hablando del amor verdadero con aquel que no era el amor verdadero de Álvaro, no entendía nada. Es que el ex-arcángel tenía magia, era sencillo que lograra que todos lo entiendan.

Pero ahí no hubo magia. Hubo verdad, una triste verdad. El abundante trago había logrado que Álvaro, medio borracho, le confiese a su nuevo amigo íntimo Guillermo, la verdad que lo ataba a vivir una relación sentimental con el único de los presentes que no bebía licor. Claudio solo tomaba agua mineral.

Como para avivar la telenovela venezolana, como punto máximo de drama en el talk show de mi vida, me enteraba por boca de Guillermo, que Álvaro le había confesado borracho que Claudio albergaba un cáncer al páncreas que se estaba generalizando. Los médicos le habían dado poco tiempo de vida, pero Claudito, se aferraba a la vida. Había adelgazado treinta kilos y seguía de mal en peor...

Vi, luego, como Claudio abrazaba a Álvaro, con tanto amor, asiéndose a sus brazos, encontrando vida en él, y supe que la telenovela de mi vida con Álvaro debía llegar a su final. Talk show o estupidez, lo vivido ya era demasiado, mucho. Corrí al baño y me puse a llorar. Mojé mi cara. Creo que me había enamorado de Álvaro y carajo, eso estaba mal, muy mal. Álvaro entró al baño en ese momento y me abrazó. El acohol hacía estragos en él. “Te amo, carajo” lloraba. “Me cago por ti” y frases que los borrachos que siempre dicen la verdad suelen barbotar. Y, para que mentir, yo también lo amaba. Lo supe cuando sus lágrimas caían sobre mi polo. Pero eso no podía ser, pues. ¡Qué salado podía ser! Encontré al chico perfecto y su vida era más imperfecta que la mía y su imperfección me llenaba de infelicidad.

- Nos vemos el lunes - me dijo y se alejó.

Lo vi el lunes por la noche. Tarata con Larco y otra lluvia que destrozaba mi peinado servían de marco. Nos abrazamos mucho. Caminamos un rato, y luego hice algo de lo que según mis amigos debía arrepentirme, pero de lo que no me arrpiento. La verdad, no suelo arrepentirme de nada. Álvaro y yo fuimos a un hotel e hicimos el amor. Fue una noche extraordinaria, alucinante, con vino tinto y música de Bacilos como fondo. Lo forcé a pasar la noche conmigo utilizando artilugios que sé manejar muy bien. Esa noche no importó nada, lo quería la madrugada entera para mí, quería a Álvaro oliendo a mí, a ese olor a tabaco que mi YSL deja en mi aliento y mi ropa y que se mezclaba con mi Chanel allure y lo enloquecía más.

Pobre Álvaro, había hecho de su vida un pretexto para no ser feliz. Su ropa olía a medicina, su billetera andaba lleba de recetas, era un enfermero que actuaba a la vez como respirador artificial de un hombre al que no amaba. Ya habían terminado la relación porque Álvaro había dejado de amarlo, pero la maldita enfermedad lo forzó a volver con él. Pasó el tiempo, la rutina típica y cierta noche llegué yo y lo cambié todo.

Esa noche le hablé claro. Le dije que no sea tonto, que tenía derecho a llevar una vida normal y el mismo derecho a amar. Le dije que Claudio iba morir con él o sin él, que no lo abandone, pero que no sea esclavo suyo.

Álvaro me dedicó esta canción, la que matiza el post y matiza cada uno de mis días nostálgicos. Me pregunté mil veces donde fuí parar, me sentí malo, pero a la vez feliz.

A los dos días, Álvaro terminó su relación con Claudio. Se fue de la casa. A los quince días, Claudio murió. Luego del entierro, Álvaro se fue del país.

Antes de viajar me buscó. Me dijo que me amaba como nunca había amado en su vida, pero que luego de la experiencia con Claudio necesitaba marcharse un tiempo. Me pidió que lo espere y que cada vez que escuche nuestra canción recuerde que donde quiera que el esté me pensaría y amaría un poquito más.

Y, esta noche de sábado en la disco, hoy, Álvaro volvió. Está igual, quizá más lindo, pero han pasado dos años de todo eso y no le perdono su larga ausencia. Si me amaba como decía debió quedarse a mi lado, no lo hizo y su miedo o deseo de renovación o estupidez, tiene un precio, mi negativa a aceptarlo junto a mí.

Me mira con pasión, diría que hasta con amor, pero ya no soy ese Juandieguito tonto que soportaba y esperaba. Mis amigos le dicen salud, él sonríe amplio, alegre, parece que es por fin feliz. Su mirada tiene amor y nostalgia, me baila gracioso procurando arrancarme una sonrisita. Corre hacia la cabina del DJ y habla con él. A los minutos, “Tabaco y chanel” retumba por la disco, el se acerca a mí y me dice: “Te amo y ya volví”. La canción sigue sonando, doy media vuelta y me voy de la disco, solo, sin amigos, sin Álvaro, sin nostalgia por el pasado.

Hay amores que no pueden ser, amores que ya no son... Yo arreglaría la frasecita melosa de Omar. “Si encuentras el amor déjalo ir, si vueve es tuyo, pero si demora mucho ya fue... “ y Álvaro ya fue...

JUAN DIEGO

27 marzo, 2008

TABACO Y CHANEL...

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Hay gente que no se olvida nunca, olores, sabores, vapores que se hacen inolvidables, es que solo se viven una vez...

Hermosa canción que comparto con ustedes mis amigos, mis lectores...

Juan Diego

HOMBRES DESNUDOS II

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UN PAR DE IMÁGENES DELICIOSAS PARA MATIZAR ESTE CALUROSO MEDIODÍA...

GRACIAS

17 marzo, 2008

DIOS Y YO...

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Algo le pasó a Guillermo el lunes. Llegó al depa de Fabián con la firme idea de ir a una iglesia y confesarse. Armando, el chico con el que sale desde hace un par de semanas, parece estar influenciándolo para que recurra a un lavado urgente de pecados.
Algo le pasó a Guillermo el lunes. Llegó al depa de Fabián con la firme idea de ir a una iglesia y confesarse. Armando, el chico con el que sale desde hace un par de semanas, parece estar influenciándolo para que recurra a un lavado urgente de pecados.

Leonel se burló en su cara. ¿Confesarte tú? ¿Qué le dirás al cura? “Padrecito, confieso que me gustan los penes… jajaja…” Omar nos confesaba su miedo a confesarse. “Se imaginan la cara del cura cuando le diga que soy homosexual, seguro me excomulga… nooooo”

Fabián sonreía recordando la última vez que se confesó, hace como diez años y cuando su mami vivía. La señora, devota del Señor de la Justicia, lo llevó a rastras hasta el confesionario. El cura tenía como cien años, apenas escuchaba, no hablaba ni veía. Fabián inicio el recital de pecados que tenía apuntados en un cuaderno de doscientas hojas, pero el curita obsoleto lo absolvió antes de que él confesara que se había acostado con su tío. Dice que llegó a decirle ¡Soy gay, padre! y el cura, cuyos oídos ya habían muerto, lo bendijo con frenesí. Fabián dice haberse sentido confesado a medias, pero confesado…

Yo me confesé por última vez antes de salir del colegio. No volví a hacerlo más. Me enseñaron los salesianos (y obligaron) a confesarme una vez por semana. Seguí la rutina durante años. Mi declaración pecadora era muy genérica: consistía en mencionar un mandamiento y decir en qué lo había faltado. Nunca especificaba el pecado. Dejé de confesarme cuando tomé conciencia que nunca dejaría de ser gay por más rezo y penitencia que realizara. Después de Sandrito evité confesarme para siempre. Hoy no me confieso porque tendría que aceptar un pecado que yo no creo pecado: ser gay. Y no confesar un pecado que el cura considera pecado sería faltar al sacramento de la confesión y con eso pecar. Y ser como soy e intentar ser feliz siendo así, no es pecar.

Hace un rato el ánimo de Guillermo cambió. Del lunes de entusiasmo religioso, pasó a un jueves de melancolía y resentimiento religioso. Guillermo salió del trabajo y partió feliz a confesarse en una iglesia bella y colonial. Esperó su turno paciente y nervioso. Mas cuando le llegó el momento de redimirse tembleteó de pies a cabeza, sus labios se mostraron trémulos y todo aquello que había ensayado para decir con sustento que era gay, pero amaba a Dios por sobretodas las cosas, no tomaba su santo nombre en vano y honraba a su madre y su padre (aunque el viejo ése no lo merezca), se fue al carajo porque se sintió más enano que de costumbre, muy chiquito, un puntito negro en medio de aquel templo enorme y rococó. El cura con camisa negra y clerigman blanco lo ojeó impaciente, y como hoy todo se ha simplificado, hasta las confesiones, el hombre de Dios le pidió decir su peor pecado. El titubeo de mi amigo prosiguió, los ojos del cura se dilataban de la impaciencia y Guillermito logró decir con la voz poco potente: padre, soy homosexual, pero … yo … El cura lo vio con el mismo desprecio con que un judío miraría a Hitler si lo tuviese en frente y preguntó asqueado ¿te arrepientes de ser… homosexual? Calmado y humilde cómo ya no es, trato de sonreír y musitó para que no escuchen las señoras con velo que seguían en la cola: “Padre creo que Dios me ama siendo gay y no me arrepiento de serlo, pero si de algo… “ El hombre que paso doce años en un seminario intentado comprender mejor a las ovejas del rebaño del señor, lo echó del confesionario no sin antes decirle que Dios no lo quería en su grey y que era una aberración, etc, etc, etc.

No debería decirlo porqué sé que Guillermo se va a molestar, pero mi amigo salió llorando del templo. Recordó cuando era niño e iba a la misa con su abuelita-mamá y la señora le hacía cantar ‘pescador de hombres’ y él entonaba la canción a volumen alto para que la señora se sienta feliz y la virgen se sienta feliz y papalindo más feliz. Y lloró más Guillermo, porque cuando hizo la primera comunión usó una ropa viejita pero se sintió el más feliz de todititos y no masticó a Jesucito, lo tragó suavecito para no dañarlo y amarlo un poquito más. Lloró en la calle porque lo acababan de crucificar con unos clavos enormes que inflamaban el corazón. Se sintió humillado, insultado, hasta alejado de Dios o de la idea de Dios que ellos creen tener. Un Dios castigador y duro que no se parece al Dios al que le reza cada noche, al que luego de decirle te amo Señor, le brinda un calmado suspiro de amor en el pecho.

Llegó a casa de Fabián y lloró como un niño y, para que mentir, todos lloramos con él. Nadie se aguantó el berreo. Lloramos hasta que Nadiana nos paró en seco y pañuelo en mano y nariz, nos dijo que Dios nos amaba, carajo…

Leonel se había olvidado de las burlas que suele lanzar y decía que prefiere no rezar porque siente vergüenza de rezarle a ese Dios que dicen otros no nos incluye en su plan ni nos quiere como hijos. Porque a veces por no sentirse hijo suyo quisiera irse de una vez con él para saber porqué no lo quiere si no pidió ser así. Pero es el mismo Dios quien lo regresa a la vida. Dice que suele verlo azul, brillante, acariciándolo con rayitos de ternura en la cabeza.

Omar recuerda las fiesta del Señor de Huamantanga, donde ataviado con uniforme de raso negro y cintas color arco iris zapateaba hasta desmayarse para que Diosito lo viera con piedad porque el niñito provinciano de mejillas rosa se sabía diferente y malo, porque en Ancash y en el mundo entero los maricones son malos y Dios no los quiere. Y le ponía piedras a su cama para sufrir un poquito como sufrió Jesús y debía sufrir más para alivianar la carga de ser un invento que nadie quería usar ni ver. Pero Dios lo amaba en los atardeceres cuando el sol se escondía ladino tras la cordillera, cuando mamá lo acercaba a su pecho grueso y besaba su cabello, cuando Juanito le daba un beso a los once años y él corría descalzo por el monte, feliz, tan feliz que Dios tomaba color luna plateada y perdonaba sus ofensas.

Cuenta Fabián que durante su estancia en el convento intentando ser fraile franciscano, sus roomates con sotana y crucifijo en el pecho rezaban tanto, tanto, tanto que parecían olvidarse de Dios por entonar oraciones perfectas y cánticos en latín, olvidando salir a la calle a batallar con manos y pies por saciar en algo ese hambre cotidiano de una ciudad enorme y pobre. Nunca escuchó una oración por los que como él eran capaces de amar a un hombre. Nunca nadie oró por aquellos hijitos del cielo que padecían por no encontrar paz en sus almas homosexuadas. Solo escuchó a Fray Felipe, viejo español de rostro duro y ojos endiablados, decir que el más grande, peor y asqueroso pecado era el sexo entre hombres, que ese pecado mortal volvía a crucificar a Jesús y que el Cristo bueno de pelos largos murió por salvarnos de cualquier pecado menos del de ser un puto maricón. Fabián hizo una promesa con Dios, le habló claro. “Señor, - le dijo solemne - si es malo e indebido sentir como siento que se me caiga el techo de la celda en la cabeza”. Pasaron varios semanas y mi amigo esperó que el techo se desplomara. Por esos días, extrañamente, un acontecimiento que nadie pudo explicar originó que el techo de la celda de Fray Felipe se derrumbara matando al religioso. Al día siguiente Fabián abandonó el convento.

Nadiana entra a la iglesia vestido de mujer. No le importa nada. No le importa que las viejas beatas lo miren de soslayo con la dentadura postiza a punto de dispararse. No le importa que sus tacos hagan un ruido descomunal y hagan que las miradas se posen en la mujer alta y bien vestida que posa sus rodillas frente a la Virgen de la Puerta. Ella cierra sus ojos y agradece por ser Fernando y poder ser Nadiana. Pide perdón por ser feliz, porque a veces ser feliz es malo, y pide perdón por las señoras que tapan los ojos a sus hijitos para que no vean que esa chica linda esconde el pipilín tras el pantaloncillo ajustado y el humo del incienzo. Reza y se libera. Sonríe, agradece y pide por mamita y papito, por nosotros, por el mundo raro en que decidió ponerlo mujer y porque pronto pueda juntar el dinero para comprar sus prótesis y por fin tener senos.

El llanto cesa. Guillermo sonríe y asegura no tan seguro que él sabe bien que Dios lo ama y lo ama mucho. Fabián asegura sentir ese amor cada día y luego vuelve a llorar. Omar trata de recordar el baile para el Señor de Huamantanga y al hacerlo grita emocionado que Dios está aquí, entre nosotros, viéndonos llorar dubitativos de un amor del que no debemos dudar. Leonel se mantiene callado, no dice nada, solo nos mira. Nadiana se levanta presurosa y nos pide ir juntos a la misma iglesia de donde echaron a Guillermo. “Vamos a rezar” grita y coge su cartera.

Nunca he dudado del amor de Dios, nunca he creído ser una falla o un defecto de fábrica. Dios es perfecto.

Siento el amor de Dios cada día y aprendí que cada hombre tiene un modo particular de ver y amar a Dios. Aprendí que las religiones organizadas son métodos para encontrar a ese Dios bueno al que todos buscamos agradar y, sobretodo, aprendí, a soportar, escuchar y hasta reírme de aquella gente que jura tener la fórmula perfecta de la relación con el creador. Aprendí que Dios me hizo gay, y que descubrirme, amarme y sobrellevar a la gente que señala que ser como soy es malo y pecaminoso es solo una prueba para ser el hombre gay fuerte del que él, mi papá, papá Dios se pueda sentir orgulloso. No me confieso porque no quiero, me comulgo a veces porque quiero y siempre rezo porque quiero y debo. Tengo una linda relación con Dios. Le cuento todo aunque él lo sepa todo, y le pido de todo aunque el que me de lo que considere necesario.

No siento culpas por ser gay. Dios nos pone en el mundo para ser felices. Qué injusto sería vivir para otros y no para mi propia felicidad. Dios es mi padre y no hay padre que quiera un hijo infeliz. A veces me equivoco tratando de encontrar mi camino, tratando de vivir. Si fuera heterosexual también trataría de ser feliz y sé que sería tan difícil lograrlo como lo es siendo gay.

Dios es sabio. Dios es bueno. Es mi padre y siento que existe y vive en cada uno de mis días. Es mi amigo y cómplice.

Esa gente que cree atacar mis convicciones y tranquilidad incentivándome a arrepentirme de mi supuesto pecado sacando a relucir párrafos bíblicos, me importa tanto como hacer el amor con una mujer. Respeto su postura. Respeto las ideas de todos, soy un demócrata. Pero no creo que un libro escrito por los hombres y en una época distinta, deba enmarcar cada paso que doy. Además, la Biblia y sus hermosos relatos está sujeta a una febril y siempre parcializada interpretación de los hombres. Mientras que para algunos la historia de David y Jonatan es una historia de amor gay, para otros es una simple historia de amistad fraternal. Basta ver que católicos, evangélicos, judíos y testigos de Jehová se jalan las mechas tratando de demostrar que su interpretación bíblica es la correcta, que su Dios es nuestro Dios y que comer chancho puede ser pecado o un rico manjar dentro de la carapulcra. Es que cada quién busca encontrar su camino y lo hace de mil formas distintas… casi todas válidas.

No peleo ni me resiento con aquel que no piense como yo, no tiene porqué hacerlo. Dios es tan grande y perfecto que alcanza para todos. También para los gays.

No peco por ser gay. Peco si no actúo con solidaridad, si soy egoísta, cruel, si atento contra los mandamientos elementales de la convivencia humana y que no son diez. Peco si ofendo, si daño, si fundamentalizo mi creencia, si alucino que tengo la verdad absoluta, si no soy capaz de entender al hermano del lado, si soy superficial, injusto y no pongo como prioridad ser auténticamente feliz. Peco si soy infiel, si me drogo, si soy promiscuo, si miento, si no soy tolerante, si no valoro a mi familia, no hago bien mi trabajo, no aporto socialmente, si maltrato a los animales, si no hago nada por mejorar este mundo pecador en el que me muevo.

Muchos fundamentalistas, de esos católicos o evangélicos que dicen que los gays somos imagen y semejanza del diablo, serían capaces de perdonar violadores, hombres infieles, drogadictos asesinos y padres que dañan a sus hijos solo porque esos desgraciados son heterosexuales. Muchos católicos que se rasgan las vestiduras hablando de lo que dos hombres o dos mujeres hacemos en la cama, no dicen nada acerca de las miles de violaciones y abusos cometidos por sacerdotes contra menores de edad. Y esos evangélicos que terminan hablando en lenguas raras solo para liberar a los maricones del machísimo espíritu de satanás, no dicen nada acerca del diezmo y de las riquezas inconmensurables que alcanzan sus iglesias. Insisto, cada quien es libre de agradar a Dios como mejor le parezca.

Incluso respeto a esa gente gay que dice haberse transformado. Hombres que alguna vez se quedaron sin pene hoy convertidos en padres de familia o gays con el trasero destruido por el uso casi animal, consagrados como pastores gracias a haberse arrepentido y haber encontrado en las santas escrituras alguna revelación que el resto no ve. Los respeto. No soporto su presencia, soy sincero, menos cuando quieren demostrarte que su vida hoy es limpia y la tuya no, pero los respeto pese a que me dan risa.

No hay peor pecado que ser deshonesto contigo mismo y procuro ser honesto con mi vida y mis ideales. Dios me ama, me ayuda y me acompaña. Mamá reza por mí cada noche y le pide al mismo Dios que nos junta que cuide a su Juandieguito. El me cuida, yo me cuido…

No comentaré nada sobre aquella gente que atribuye que el SIDA es un castigo por ser gays. Este post es sobre mi relación con Dios y no sobre la ignorancia y estupidez de muchos de sus hijos.

Salimos todos rumbo a la iglesia, Hay cierto recogimiento en nosotros, algo de alegría rebelde. Vamos a retar al mundo, al cura intolerante, a nuestros propios temores.

Me arrodillo ante aquel altar precioso, tallado por manos indígenas hace ciento de años. Tengo sobre mí a la Virgen bella, celestial, viéndome maternal. Amo a María, a los santos, los ángeles, amo a Dios.

Guillermo pasa cerca del cura intolerante, el cura ni se percata del bajito homosexual al que botó, ése que fue con la firme intensión de ser un mejor hijo del padre para que él trabaja.

Leonel bota unas lagrimitas, Fabián enciende una vela, Nadiana se acerca a Santa Rita, Omar se aferra a la imagen del Sr. de Huamantanga y yo siento que Dios existe más que nunca en nuestra homosexual sencillez, en nuestras ganas de vivir, en nuestros deseos de ser felices…

Gracias señor por este día, por esta vida, por la libertad que me das para encontrar mi camino.

Te amo, Señor. Te amo con toda mi alma. Gracias padre. Perdón padre. Líbranos del mal. Amén.

escribeajuandiego@gmail.com

14 marzo, 2008

Hombres desnudos...

Publicadas por Juan Diego 42 comentarios

Imágenes sin pudor se alternarán desde hoy con mis vivencias... Es decir, se alternarán mis vivencias y mis fantasías...

La primera es una imagen que luego de ver detenidamente arrebata el pudor y extermina la calma...

Matizo este post con un bello poema de Kosntantino Kavafis
Nada me contuvo.
Liberado completamente fuí.
Hacia los goces, poco reales,
poco elaborados que creó mi espíritu,
fuí en medio de la noche iluminada.
Y bebí vinos fuertes, tal como
beben los audaces del placer...

10 marzo, 2008

HISTORIAS DE CHAT I

Publicadas por Juan Diego 259 comentarios
Rodrigo fue parte de mi vida por unos quince días, hace unos años. Extrañamente, su presencia ocasionaba que mi corazón suspirara y mis ansias se dilataran. Esperaba cada noche para sentirlo, para palparlo a distancia, para dejarme seducir por su conversación encantadora.

Lo conocí en una sala de chat. Su nick me encandiló. BEBITO LINDO se apodaba, y esa criaturita que no conocía cuadraba perfectamente con todo aquello que esperaba encontrar en un hombre. No sé como hacía, pero era capaz de hacerme sentir en las nubes. Cada palabrita que escribía tenía magia, parecían versos hechos solo para decirme que el susodicho era el hombre ideal. Durante el día lo recordaba gratamente y anhelaba que las horas pasen volando para sentarme frente al computador y verlo aparecer con sus saluditos de bebito lindo enamorador. Su foto era demasiado artística para la fría telaraña virtual. En blanco y negro, con luces contrastadas y el fondo oscuro, su cara parecía una sombra dulce envolviéndose en los píxeles misteriosos de una imagen digital. Su naricita se dejaba ver en un mohín que la opacidad no lograba descifrar y la sonrisa que él decía se notaba con claridad, era solo para imaginarla. Pero no importaba, Rodrigo era un bebito lindo que trascendía la digitalización, que acaparaba, raramente, mi tiempo y corazón...


Luego de unos días intercambiamos teléfonos. Fue maravilloso escuchar su voz. El bebito del chat, tenía la voz perfecta. Si, era esa voz que esperas escuchar en un chico. Porque para los gays el tono y modulación de la voz es importante. Y Rodriguito tenía la vocecita más rica, masculina, melodiosa e inteligente que mis vírgenes oídos habían escuchado. Y, por teléfono resultó ser mas encantador que por el chat. Cuando mi celular me indicaba que era él quien llamaba melodioso, un raro calambre estomacal me invadía.

Podría asegurar que este servidor, se había casi templado. Mis amigos me torturaban con sus bromas maquiavélicas. Me decía Leonel, muy cruel, que Rodriguito era, de hecho, un típico mostrito de chat. Y, Guillermo, aseguraba perspicaz que demasiada perfección virtual debía tener mañas imposibles de reparar. Fabián me decía que crea el 70% de lo que me decía. Nadiana el 50% y Omar, el sufrido y poco optimista Omar que solo tome en serio el 5%. Me molesté con todos. Y, aseguré, que si el bebito lindo no fuera tan lindo no me importaría. ¿Y, si no fuera tan sincero? incidía Leonel. Pues, tampoco me importaría. Además, Juan Diego creía ciegamente en ese chico que le acalambraba la barriga y le chorreaba las medias de fútbol. Y, para ser sinceros, tampoco yo había sido tan sincero. Me había bajado dos años, 6 kilos y el número de encuentros sexuales. Y me había subido la estatura, la masculinidad y jamás, casi lo juré, me había emborrachado. Debía mentir para estar a la altura de ese angelito bonito y bueno que me hacía soñar que estaba próximo a vivir el verdadero amor.

Rodrigo insistía en nuestro primer encuentro físico. Puse mil trabas y excusas para la ocasión. Moría de miedo de tener en frente al hombre de mi vida, al que amaría con locura y madurez, y que a ese hombre, a ese bebito lindo, yo no le gustara. El calambre estomacal se convertía en retortijón diarreico de solo imaginar su rechazo sutil. Pero no pude poner más barreras y cedí ante la petición de mi amado virtual para encontrarnos.

Miraflores fue el escenario de ese encuentro. La segunda cuadra de Benavides testigo fiel de mis miedos y mis retortijones diarreicos casi a punto de dar frutos indeseados. Paradito en el punto de encuentro, suspiré profundo tipo contracción de yoga siguiendo los consejos dados por Fabián. De pronto, abriéndose paso entre la gente que se sorteaba presurosa, daba luces la figura de Rodrigo. Traía la camisa de cuadritos y el jean azul que dijo iba vestir. Lo vi aproximarse a mí con caminata señorial. La luz iba descubriendo su silueta delgada, más delgada, en realidad, de lo que había supuesto. Pero estaba allí, rico, riquísimo, con una carita de bebito lindo sacada de frasco de compota. Levantaba una ceja, sonreía de costado, mezcla de pendejito macho y gay delicioso que sabía iba a enloquecer el resto de mi vida. Yo sacaba pecho venciendo mis temores, procurando se percate que traía el polo blanco y el jean azul que había prometido. Pero el bebito lindo pasó de largo, apenas me miró. Podría decir que no existí para él. Todo se nubló. Metros más allá una mujercita de caderas voluptuosas y espantoso cabello se le aventaba a los brazos. No entendí nada. El yoga no funcionaba, el calambre casi rendía desgraciados frutos, cuando unas manos tocaron mi espalda.

- Hola, Juan Diego - me dijeron.

Era su voz, era él. Di media vuelta emocionado, listo para decirle tu pirata soy yo y tu mar es mi corazón, pero el calambre que se alojaba en mi estómago se extendió por todo mi cuerpo, porque el que yo creí que era el bebito lindo no era el bebito lindo y el verdadero bebito lindo que acababa de llegar tenía de bebito tanto como yo de heterosexual y lindo algún rincón de su alma que nunca pude ver.

Rodriguito no era feo, era horrible. Tan delgado como un niño pobre de Etiopía. Su metro con setenta y siete se había convertido, sorprendentemente, en metro con cincuenta. No tenía cabello, y sobre su cuerpo habrían pasado, estoy seguro, unos cuarenta años más de aquellos que había dicho tener. Descubrí al escuchar su voz (lo único rescatable que poseía) que era el mismo romántico bonachón del chat, pero el truco mágico había terminado. Sus innumerables pliegues faciales, sus dientes tipo misiles apuntando hacia mis ojos asustados, su nariz ancha y aguileña como rocoto en un plato y su supuesta piel blanca convertida en ese momento en una gris alfombra de la fealdad en su máxima expresión, destrozaban los parámetros a veces versátiles, de mi agudo sentido estético.

Debí haber balbuceado unos cinco monosílabos. Luego, y dejando de lado la consideración por el prójimo tan característica en mí, me largué sin calambres, sin retortijones, sin amor virtual, ni real, sin amor al prójimo, solo corrí metabolizando un cóctel amargo y salado de emociones que se anidaba en mi garganta.

Legué a casa de Fabián acelerado cual si hubiese visto al demonio. La verdad, Rodrigo estaba bastante cerca de la imagen demoníaca que albergué desde niño en la cabeza. Fabián me interrogó, dice que yo traía la faz color blanco cadáver y apenas balbuceaba unas cuantas incoherencias. Pensó el buen Fabián que el bebito lindo había resultado un delincuente o un malvado pervertido que había dañado la santidad de su Juandieguito querido. Pero, no, el bebito lindo solo cometió un error, ser horrible. Bueno, y también no tener nada de bebito, ni de masculino, ni de atlético, ni de galán...

Pude hablar y le dije a Fabián como soltando un grito de guerra: ¡El bebito era horribleeee! En ese momento, Fabián tuvo un mordaz e inadecuado ataque de risa. Al minuto, coincidieron en el departamento Leonel y Guillermo. A ellos también les dio un ataque de risa que nada ni nadie pudo detener. Me sentí insultado. Pero, Leonel, me recordó burlón que yo había dicho que si el bebito no fuera tan lindo no me importaría … Y luego de recordármelo, se burlaron aún más. Cuando llegó Omar, aluciné que mi amigo sufrido sufriría ahora por mí. Pero, Omar se privó de la risa con la misma intensidad con la que llora borracho. La siempre ecuánime Nadiana, era mi esperanza para cesar las burlas. Pero, mi amiga-amigo dejó los modismos femeninos para reírse como camionero porteño. Me molesté, cogí mis cosas y me dispuse a largarme. Había sido una noche terrible, mi corazón se había desbordado de emociones, y estos amigos mala gente en vez de darme el consuelo por la desilusión, se burlaban de mi pena. ¡Qué malos!

Fabián me detuvo en la puerta y me dijo paternal como de costumbre. “Querido Juandi, no nos burlamos de ti, sino de tu circunstancia” (¿no era lo mismo?) “Pusiste al bebito lindo como una realidad hermosa, cuando el chat no es realidad, es ficción

En ese momento recuperé la cordura. Mis amigos dejaron las risas y me sirvieron un trago, pasaron a mimarme como me gusta y Nadiana a hacerme masajitos en las manos. Supe bien que me había dejado llevar por ese mundo iluso y tonto que se inventa a través de las redes cibernéticas. Me pregunta Leonel muy intrigado: Y, dime, amigo, ¿tan tarado era el tal Rodrigo? Me quedé callado. El pobre Rodrigo no tuvo tiempo de demostrarme cómo era. Yo salí corriendo guiado solo por su fealdad. No le permití unos minutos de gracia. Lo condené sin juicio alguno.

El chat es una suerte de pretexto para no ser infeliz. La vitrina ideal para lucir las ilusiones y vender aquello que nunca tuvimos y que siempre quisimos tener. Es cierto, y dejen de criticarme si lo están haciendo, me porté mal. Lo reconozco. Fui homosexualmente superficial. Pero soy humano, carajo, y toda esa parefarnalia existencial acerca de que el físico no interesa para nada, solo el amor, ¡es mentira! El ideal masculino es siempre principesco. Que al final, acabemos con un ser humano tan normal como nosotros, también es verdad. Pero, Rodrigo trascendía los límites de mi cordura y las reglas de la normalidad.

Te haces una idea de alguien, lo alucinas, lo sueñas. El condenado chat le permite a ese alguien decirte cualquier cosa, y a los que estamos tras esa pantalla creer, cojudamente, cualquier cosa. Tal vez necesitamos de gente que nos diga cositas ricas y necesitamos, al doble, creer que esas cosas ricas vienen de alguien casi perfecto. Y, el que nos miente sabe bien que debe mentir y mentir mucho, es la manera mas gay de gustarle a otro gay. Pero eso está mal, pues. Y lo digo como víctima de esa mentira. Yo mentí piadosamente buscando agradar, nada más. Rodrigo no mintió, él creó un mundo falso en torno a él. El se disfrazó del hombre de mis sueños y yo me esforcé por ser el suyo. El mintió tanto que me dejó sin palabras y sin consideración hacia su triste verdad. El dijo ser otra persona, y mi mente elucubró aquella idea dulce que necesitaba.

No busco un galán de telenovela, pero soy honesto, todo entra por los ojos, ¿o no? Quien te puede gustar quizá es un tipo bastante feo, pero te gusta y eso es suficiente. Podría ser un cuero y no gustarte. En cuestiones de preferencia nada está escrito, peor aún para los gays.

La bella y la bestia es un cuento, un mágico cuento cuya moraleja es no ser superficial. Graciosamente la bestia se enamoró de una bella. Y el chat está lleno de bestias que se visten de belleza falsa buscando agradar. Muchas de esas bestias, podrían, incluso, llegar a ser bestias terribles y verdaderas dispuestas a robar o herir o matar … Es que es un mundo de ficción, no es real, y la ficción aguanta todo.

Quién no ha sufrido estas mentiras de chat. Muchos encontraron un negro que dijo ser rubio, o un tipo de ciento veinte kilos que dijo pesar ochenta, o un chiquillo travieso que tenía cuarenta años. Y por más linda que sea el alma de estos sujetos, mintieron, y su mentira cubre su verdad de desilusión. Nadie pone su peor foto en el chat y todos procuramos ser agradables, ocultamos ciertas fallitas y jugamos a ser ese gay maravilloso que todos queremos ser. Es que el chat es una de las actividades más gays que existen. Nos permite intentar parecer impolutos, y no hay sueño más gay que ése. El chat es como la luz oscura y difusa de una disco. No te permite ver la realidad. Te deja jugar, te deja soñar …El chat alivia la soledad, mantiene la esperanza y acompaña las ansias. Pero es ficción, no es verdad.

Si por casualidad Rodrigo lee este post, aprovecho para pedirle disculpas por mi comportamiento aquel día, por mi prolongada ausencia y de paso por los adjetivos que le he dado a su físico. No sé si en realidad te llamabas Rodrigo, imagino que no. De igual forma, también te disculpo. No te sientas mal, fuimos víctimas y victimarios de un territorio ficticio en el cual tu podías ser un bebito lindo y yo un iluso chiquillo que llegó, tontamente, a sentir retortijones estomacales y a chorrearse las medias de fútbol por ti …

escribeajuandiego@gmail.com

05 marzo, 2008

LOS AMIGOS QUE GANÉ...

Publicadas por Juan Diego 206 comentarios
Es aproximadamente la una de la madrugada, no puedo dormir. Doy vueltas en la cama, cuento ovejas, cabritos y hasta perros. ¡Imposible! Mi insomnio de los viernes me impide pegar los ojos y lanzarme a los brazos del desgraciado de Morfeo.

Cojo el celular y marco a Fabián. El pobre acaba de responderme con una voz de espanto. Dormía plácidamente hasta que el condenado insomne (cada viernes) de Juandieguito osó joderle el sueño rico y acolchadito que el señor suele tener. ¿Y ahora porqué no puede dormir? me pregunta con la voz cansada. Le doy una lista de las posibles razones de mi falta de sueño y entre mi hablar acelerado escucho un ronquido del pobre abogado y amigo, y me vuelvo mejor amigo y corto la llamada… Decido, entonces, llamar a Leonel. ¡Te llamo luego! me responde jadeante. ¡Estoy tirando! Corto en el acto. Cualquier cosa menos interrumpir a un amigo cuando lo están haciendo feliz...

Llamo a Guillermo. Sé que me requintará como cada viernes insomne y me recomendará tomar pimpinela, wawa sana y rezar el rosario. Igual le marco. Aunque me putee una vez más, su voz me hará compañía un ratito. El chato me responde e inicio el acelerado concierto de razones por las cuales no puedo dormir esta vez. Guillermo me escucha paciente y luego me recomienda tomar pimpinela, wawa sana y rezar el rosario. “Te quiero, amigo“, respondo y corto. Con Nadiana es imposible hablar. Ella apaga sus teléfonos a las once. Si algo perturba su sueño, eso podría arruinarle el cutis. Y, el caballero-señorita no invierte tanto en cremas de belleza para dejar que un demente nocturno (como yo) impida que Elizabeth Arden trabaje la madrugada entera.

No queda de otra, llamo a Omar. Adoro a mi amigo, pero cada viernes que lo llamo, él empeora mi insomnio con alguna nueva tragedia amorosa rondando su vida. Es tanto mi aburrimiento y la cama es cada vez menos compañera, que decido marcarle. Omar contesta de inmediato. “Sabía que llamarías” me dice. “Cuéntame, ahora que pasa”. Sabe bien Omar que no pasa nada extraordinario, solo es viernes, y los viernes por la noche, ya sábados por la madrugada, no puedo dormir, y llamarlo, aunque no quiera, es un hábito que él valora mucho. Pues, aunque Omar, en ocasiones, me perturbe con sus historias tristes, es el único que escucha el listado de razones por las cuales me cuesta dormir. Me escucha paciente y luego pasa a contarme acerca del chiclayano desgraciado que la semana pasada lo ilusionó en vano y al final se descubrió que estaba comprometido y bla, bla, bla …

Mientras Omar me cuenta la historia completa, la que soporto estoicamente, siento que mis madrugadas insomnes son un pretexto obligado para sentir que tengo amigos. Y sí los tengo. Ninguno se parece al otro, todos son distintos, pero todos se parecen mucho en que son mis amigos, Si, los cinco son mis amigos. Aunque Fabián se duerma, Guillermo me putee con voz de militar marica, Leonel me diga que me llamará con acento de heroína de la serie rosa, Nadiana duerma como estibador con la cara embadurnada y Omar acabe llorando porque nadie lo quiere como hombre, ellos son mis amigos y están ahí, están allá, están acá … Casi venzo el insomnio porque no tengo razones para no dormir, solo quería saber que estaban allí, allá, acá, y eso basta para bostezar, despido a Omar, me arropo en mi frazada de Snoopy y veo venir a Morfeo dispuesto a cargarme con sus brazos lacertosos.

Dicen que los gays nos quedaremos solos, que estamos condenados a eso. No lo creo. Tengo cada día, cinco razones para no sentirme solo. Razones distintas, pero que me llevan a sentir que la soledad se larga espantada cuando tienes amigos como ellos.

Fabián es un adulto de cuarenta años y alma de chiquillo tranquilo de dieciocho. Es abogado penalista. En los pasillos de los juzgados lo conocen como “el justo”. En realidad su primer nombre es Justo. Justo Fabián lo bautizaron, aunque él omita su primer nombre por considerarlo una infamia al buen gusto. Pudo ser abogado corporativo o tributario, el optó por defender causas perdidas y a perdidos sin causa ni defensa. Se pasea gay delante de los jueces expresando su deseo férreo de hacer justicia. No sabe de coimas ni de artimañas bajas. Él es un abogado justo. Si el cliente tiene dinero, será el abogado más caro de Lima. Si el cliente trae una causa justa y nada en el bolsillo, el justo amigo que me dio Dios, defenderá al acusado con la misma vehemencia cual si le pagaran un millón de dólares. Es que él es justo y ese sentido de la justicia, agudo, dulce, sincero, es aquello que lo convierte en un hombre único. Quiso ser sacerdote alguna vez. Entró al seminario, casi fue clérigo franciscano, no obstante, luego de seis meses descubrió que los pasillos del convento y la oración constante no contribuían a mejorar este mundo injusto y complicado. Vive solo, tiene un depa lindo que él mismo decoró y sigue decorando y, Cher es su hermosa shitzu que todos adoramos. Es su hija y nuestra sobrina. Tiene mucha clase, es virgen y ladra con suavidad.

Mi amigo justo no es lo que llamaríamos un adulto guapo tipo George Clooney, pero tiene sus encantos. Es alto, blanco, cuida su piel como mi madre su vajilla, osea de manera obsesiva. Viste bien, vive bien y es esa suerte de confesor gay que todos los gays necesitamos para desembuchar nuestros pecados. Antes de nosotros se consideraba un hombre solitario. Hoy, aunque no tenga familia, apenas a su Tía Cuchi, insoportable ochentona que vive la aristocracia del siglo XIX, el ya no está más solo, tiene cinco amigos que lo quieren. Eso sí, hay un detallito, Fabiancito bueno puede ser algunas veces, quizás la mayoría de las veces, muy aburrido. Si, mi amigo querido es tan bueno como un pan francés recién salidito del horno, pero puede ser muy aburrido. Metódico como es, ha tratado de adaptarse a nuestros ímpetus juveniles y cojudas locuras infantiles, pero antes de las dos de la madrugada (cuando la noche apenas está calentándose) él ya tiene sueño. No toma cerveza ni ron, no le gusta que tomemos mucho, no baila ni escucha música estridente, prefiere canciones de los sesenta y le desespera la cumbia, lo trastorna el rock, detesta la salsa y le encantaría desaparecer a Paulina Rubio. Qué más da, es nuestro amigo.

Leonel tiene 27 años. Debo recordar que lo conocí en plena sesión de vómito en una disco gay. El chiquillo asustadizo y traumadito, había tomado más de la cuenta y se retorcía plagado de nauseas y mareos en un rincón del baño. Gays brillosos entraba y salían, pero a ninguno le importaba que ese gaycito pálido se ahogara en el mar de sus angustias. No es que yo sea el buen samaritano, pero vi aquel muchachito asustado, solo, con la naricita griega apelmazada, mirándome con ojos de carnerito degollado y lo auxilié. No sé cómo lo ayudé a vomitar, le sobé la barriga, hasta le acaricié el cabello pidiéndole calma. Se recuperó, me vio agradecido y esbozó una sonrisa de no sé como llegué a esta instancia. Desde aquel día nos hicimos inseparables. Crecimos juntos sobrellevando la pubertad homosexual tan difícil de digerir sin dudas. Evolucionamos de monos a gays confesos, entre noches, días, tardes y madrugadas de risa y llanto, de secretos incontables, de mañoserías compartidas y abrazos interminables.

Él es mi hermano. Uno de mis cinco amigos-hermanos del alma. De ser traumadito, asustadizo y culpable por sentir gusto por los de su mismo sexo, pasó a disfrutar a los de su mismo sexo con vehemencia y sin culpabilidades. Del chiquillo que vomitaba aquella vez en el baño, quedan solo la misma nariz griega que todos amamos y él odia y que piensa operar en los próximos meses, y ese corazón que se impresiona y sonríe en cada hallazgo masculino de sus ojos vivaces y a veces grises. Es osado, atrevido y medio pendejín. Se excede a veces. Siempre dice, “yo sé cuidarme”. Es terco, se raya en ocasiones, enrojece, la nariz parece torcérsele, se molesta, tira puertas y se va. Al rato vuelve, sonríe, entra en sí y te abraza. Es loco. “Estás loco” le decimos y él parece orgulloso de estarlo. Es coqueto, directo, se enamora cada mes, se apasiona cada quincena, y se entrega cada semana. A veces se deprime y dice que no quiere vivir, que preferiría morirse, que odia a su padre y su mamá no sabe qué hacer. Luego entra en sí y te abraza, se abraza a la vida y a sus múltiples sueños piscis. A veces tengo miedo que un día enloquezca más de la cuenta e intente marcharse del mundo con sus sueños y locuras, a veces veo los mismo ojitos de carnero degollado que vi la vez que lo conocí y lo abrazo mucho, lo mimo mucho, le digo que lo quiero mucho.

Trabaja en un canal de televisión, es parte del equipo de producción de un programa. Es talentosamente loco, llegará muy lejos. Me hace reír siempre, me eleva el ego, es parte fundamental de la alegría que alimenta mi vida. Es mi amigo, el que quiere siempre cuidarme, pero a quien yo cuido, el que quiere siempre abrazarme y a quien yo abrazo más fuerte …

Guillermo fue mi pareja. Lo amé más de lo que se supone o creí amarlo mas de lo que supuse o supuse amarlo más de lo que debía amar a alguien que nace para ser amado como tu hermano. Pero los caminos de la vida son extraños, quizá insólitos. Éramos una pareja especial. Teníamos un vínculo muy fuerte, intenso, irrompible. Llegó el día en que sentí que no lo amaba, que vivir con él era inaguantable, que no podía más. Nos fundimos en un prolongado abrazo y lloramos. Carajo, ni él ni yo, y nadie podría entenderlo, solo él y yo, podíamos estar separados. No lo deseaba, no quería dormir con él, no teníamos sexo hacía un año, solo nos cuidábamos, solo nos decíamos te amo, solo nos necesitábamos para vivir. Solo juntamos nuestras historias y luchamos con todo y todos para protegernos, y él se convirtió en mi superhéroe protector y yo en su inspiración para vivir. Pero no era amor romántico, no. Cierta noche no pudimos dormir. Prolongado insomnio parecido al de los viernes, nos miramos, lloramos hasta agotar las lágrimas y luego nos reímos hasta encontrar más risa porque suspiramos aliviados que el universo nos había puesto para ser hermanos del alma, y el método inicial usado para lograrlo, ser pareja, había sido un ensayo, un caprichoso mecanismo para querernos, amarnos y entendernos más … Como nuestro lazo es irrompible nos convertimos en amigos, en los mejores amigos. Me conoce como nadie y lo conozco como a ninguno. A veces no lo soporto, su carácter cambia con las fases de la luna y cree tener la razón en todo lo que dice y hace. Igual lo quiero, lo amo y no pienso alejarlo de mi vida. Los demás no suelen entender que nuestro lazo es de hermanos, que de pareja no queda ni el recuerdo del primer beso, que imaginarme con él en alguna situación extra amical sería incesto. Ya no importa lo que digan o piensen los demás. Mi Guillermo criticón y sincero dice que no puedes ir por la vida intentando que los demás entiendan algo que jamás podrán entender.

Él es inteligente, analítico, hábil para los negocios. Trabaja administrando una peluquería grande. Tiene planes, metas, quiere construir un imperio tipo Rockefeller. A veces es un adulto serio, otras, el niño de infancia dura y padres separados que se crío con una abuelita buena que se murió cuando él no había terminado de entender que tenía una mamá viejita. Quiere en cada suspiro de aliento, arremeter exitoso contra al mundo duro que su padre le puso para vivir. Por eso dice las cosas como son, sin medias tintas, aunque duelan, aunque no te gusten. Puede ser insoportablemente amargado y quiere manejar todo y a todos. Luego, se hace el tonto, suspira y arremete contra ese mundo duro y acorazado que a veces se pone en frente, y entiende que soy su familia verdadera, somos su familia verdadera, y se ríe, se desploma de risa y dice salud …

Nadiana era Fernando y siempre será Fernando, aunque su alma y parte de su cuerpo se parezcan más a Nadiana que al chico oriental que solo quería ser feliz, pero que no podía hacerlo porque había una mujer que vivía dentro de él y a veces quería salir, salir completa, libre, pero debía esconderse. Fernando me presentó el mundo gay con nombre y apellido. Sin tener tanta experiencia fue una suerte de ‘baby sister’ homosexual que le mostró al pequeño Juandieguito que ser mariconcito, cabrito, gaycito, no era tan malo, es más, carajo, no era malo, podía ser bueno, lindo, alegre, aunque su alma con mujer escondida no era tan alegre. Aprendí con él, que podía ser amigo de ella y ayudarle a ser él mismo sin importar que nunca sea completamente ella. Trabajamos juntos mucho tiempo, antes de que él decida una mañana de enero, luego de cumplir veinticinco años que quería dejar de ser Fernando para llevar el nombre que siempre quiso llevar pero que ni el cura ni sus papás incluyeron en el sacramento del bautizo. Decidió aquella vez, vivir para él, para ella, no para mamá, ni papá, ni para el que dirán, y la vida es corta, efímera como para vivir para los otros y no para tus sueños. ¿Por qué ser egoísta con mi sueños? me dijo lloroso. Me sentí orgulloso de ser su amigo-hermano. Y se vinieron a mi mente las primeras veces que se vistió de mujer, en secreto, en madrugadas encendidas cambiándose en el taxi, con pelucas prestadas y vestidos de su hermana, y sus ojos una vez maquillados, destellaban felicidad, incontenible dicha femenina.

Mi amigo se convirtió en Nadiana, dejó crecer sus cabellos y los enrojeció, y su cuerpo que nunca fue el de un hombre, se lució en pantaloncitos pequeños y apretados, cintura fibrosa, piel lampiña y elegante coquetería. Es que no es porque sea mi amiga, pero ella no tiene nada que ver con el típico travesti que pulula por la ciudad. Ella es linda, fina y tenía una mujer dentro que ahora se luce sin complejos.

Baila y encanta. Fue contratada para hacer shows en discotecas y a puro baile y movimientos sensuales se convirtió en una estrella del Travesti Music Hall peruano. Se roba aplausos y vítores, encandila a sus espectadores y en primera fila estamos sus amigos del alma, los que nos quedamos sin voz de tanto gritar y rebalsamos de orgullo porque Fernando baila como los dioses, Nadiana es una diosa y diosito debe estar feliz de que tanta alegría se pose sobre un escenario, sobre una vida, sobre nuestras vidas …

Omar es el ser humano más dulce que conozco. Tiene veintinueve años, es contador público colegiado y es el gay que más sufre por amor en el mundo. Nació en Ancash. Su familia, cargó sus ilusiones y se vino a Lima cuando él era un pequeñín. Familia numerosa y feliz, unida y luchadora. Omarcito creció sabiéndose diferente, callando sus diferencias, guardándolas como secreto provinciano. Él y su madre llevaban la más estrecha relación, tan estrecha que cierto día, cuando él tenía diecinueve años, sintió que debía decirle a mamá que era homosexual. Se lo dijo sin rodeos, botando unas cuantas lágrimas, con vergüenza provinciana de por medio. Mamá se olvidó de ser mamá y lo golpeó como nunca se golpea a nadie. Las manos maternas se estrellaban contra su cara, su espalda, su alma. Cada golpe laceró su alma. Mamá le contó a papá machista y a los siete hermanos que Omar era un maricón desgraciado. Todos lo golpearon, rompieron su ropa, cortaron su cabello, arañaron su dignidad. Omar fue echado de su casa sin ropa y sin plata, con odio y con la vida muriendo de la pena.

Solo, gay, más solo todavía sin mamá buena y vida provinciana en casa con sopita de chuño y zapateos de fiesta. Solo contra este mundo raro que rechaza lo que no entiende ni conoce. Se sobrepuso. Diosito lo ayudó. Carajo, el es su padre, nunca lo dejaría solo. Omar trabajó como loco, estudio como loco, y con la cordura propia de un loco que tiene revancha con la vida, terminó la carrera de contador y aprendió orgulloso y decente a valerse por si mismo.

Tal vez sus tristes vivencias personales despertaron en él un deseo obsesivo por ser amado a como de lugar. Nosotros lo amamos, mimamos, y a veces reemplazamos a mamá, papá y vida provinciana. Pero él desea ser amado por un hombre, amado de manera distinta, de una forma que no podemos cubrir. Cuando digo que se enamora cada semana y cada semana sufre, no exagero. Procura encontrar el amor en cualquier lado, de alguna manera, posar su boca sobre alguna boca y que esa boca le diga te amo. Empero, el universo no pone aún ese tipo de amor en su camino. Va de desilusión en desilusión. Su corazón arañado, sus ojos necesitados de ese amor de telenovela mexicana que él alberga hallar. Un galán romanticón y sincero que llegue a su vida y la tiña de pasión. Por eso sufre, por eso llora y se emborracha los sábados. Por eso cree que el chiquillo que baila a su lado y le sonríe casquivano es, probablemente, el amor de su vida. Siempre se equivoca, siempre sufre. Pero allí estamos nosotros, sus amigos-hermanos del alma para decirle, aunque no creamos mucho en eso, que hay cosas en la vida más importantes que una pareja.

El sigue buscando, su alma no se cansa de esperar y sus ojos de buscar. Y, aunque no lo diga, estoy seguro, extraña a mamá, papá y vida provinciana, y renunciaría a la pareja que tanto anhela, por tener solo un rato el amor calentito y maternal de la mujer que le dio la vida …

Ellos son mis amigos, mis hermanitos, aquellos que me puso Dios en el camino para no morir en el intento de ser feliz. A la familia la impone la vida, a los amigos los escogemos. Yo escogí a Fabián, Leonel, Guillermo, Nadiana y Omar y ellos me escogieron para recorrer juntos el camino extraño de este mundo que a veces es difícil entender y donde más difícil es encajar …

Algún día hallaré mi camino, y no lo habré hecho solo, ellos estarán a mi lado porque siempre están aquí, allá, acá y el solo hecho de saberlos aquí, allá, acá me hace mejor hombre, mejor gay y me aproximo al Juan Diego que Juan Diego ha soñado de si mismo.

Mi teléfono suena, es Leonel. Ya terminó su sesión amatoria y me llama para matizar mi insomnio y darme detalles de su encuentro placentero. Me quedo en línea con él, riendo, sintiéndome acompañado, eliminando las razones que me evitan dormir, pidiéndole a Morfeo que me espere un ratito más. Leonel se ríe escandalosamente y encuentro en su risa un razón más para no estar solo, para saber que siempre, ellos, mis amigos-hermanos del alma, están aquí, allá, acá …

JUAN DIEGO
escribeajuandiego@gmail.com

Canción para un viejo amigo...

Publicadas por Juan Diego 44 comentarios

SOY FAN DE ISMAEL SERRANO. TAL VEZ POR ESO PENSÉ EN ÉL PARA MATIZAR EL TEMA DEL POST.

ESTA ES UNA CANCIÓN PERSONAL, LINDA, PARA SENTIRLA. PARA TODOS AQUELLOS QUE QUEREMOS Y VALORAMOS A LOS AMIGOS...

UN ABRAZO Y VIVA ISMAEL

JUAN DIEGO

 

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