Del amor al odio...

Este es mi último post... Charly leyó mi blog, vio lo que puse de él y reaccionó de extraña manera...

¡Regresé!!

Volví a postear después de un año... Comparto con ustedes EL PRINCIPE LLEGÓ...

Fumando espero...

En días simples llego a fumar una docena de cigarros. En días medianamente complejos puedo fumar hasta quince. En días terribles, en esos momentos en que la tensión me devora y ...

27 febrero, 2008

¿DÓNDE ESTÁS CORAZÓN?

Publicadas por Juan Diego 136 comentarios


Tenía nueve años cuando hice la primera comunión. Fue un día especial. Me sentí el centro del mundo, el pequeño cristiano más importante de la galaxia, querido por todos, protegido por Dios, casi invencible… Han pasado muchos años y no he vuelto ha sentirme así. No se porqué, siempre he ligado la sensación linda de la primera comunión con la linda sensación de sentirme amado y de amar. De sentir los besos como hostias que fortalecen, de sentirme el centro de algún mundo, la persona más importante de alguna galaxia creada para mí, protegido, casi invencible… Si, suena cursi, quizá ridículo para algunos, baratamente romántico para otros. No obstante, es verdad, y la verdad quiero volver a hacer la primera comunión (aunque ya no sea la primera) como hizo ayer mi sobrina a sus nueve años.

La enana estaba feliz. Pero el único demente obsesionado con insistir en que éste había sido 'el día más especial de su existencia' era yo. La niña que parece una anciana sabia, me hizo sentir verdaderamente ridículo, baratamente romántico, porque me aclaró segura, que ‘el día más especial de su vida sería el de su matrimonio’. Sentí que añoraba tanto la primera comunión, porque el día más especial de mi vida, el de mi matrimonio o de algo similar, probablemente nunca llegaría…

Lo de Leonel y su amante heterosexual me dejó con la cabeza llena de preguntas. El llanto de ayer de Omar, esta vez por un mozalbete chiclayano que lo ilusionó y luego engañó, me destrozó el corazón. El silencio de Fabián hace un rato, sus ojos mirando a la nada, sus suspiros de soledad adulta, me desconcertaron. La seriedad de Guillermo más seriedad que de costumbre, y sus disquisiciones casi científicas acerca de la imposibilidad de amar para los gays, me descorazonaron. Nadiana, maquillando sus ojos, olvidando los aplausos que recibe en el escenario, sintiéndose sola, hombre solo detrás de sus cabellos largos y brillantes, me dejó sin voz. Y yo, fumando y esperando al hombre que aún no quiero, pero que querré con locura si él quiere que lo quiera, completaron una semana de reflexión y cuitas de amor más graves que las del joven Werther. Sabe Dios porqué, estos días se cargaron de nostalgia, de deseos de amar insatisfechos, de profundos temores a la arbitraria soledad. Fuimos presas fáciles de la pena, gays tristes y sin pareja a los que les faltó ‘Yo no nací para amar’ de Juan Gabriel y siete whiskies sin hielo para sentirse como verdaderos desgraciados.

La ultima vez que me había sentido así de triste, fue el 14 de febrero. Es verdad, también es el día de la amistad, pero no nos engañemos, ese es el día de los enamorados por excelencia. Lo de la amistad fue otro invento comercial para que los solitarios como nosotros no dejemos de gastar nuestro dinero.

Tenía diecisiete años cuando tuve mi primera pareja gay. Su nombre era Giovanni. Rubio, tablista, pecoso, de envidiable y goloso trasero. Sin embargo, ser más gay que Paco Ferrer era una idea que lo trastornaba, y si yo con cada remecida que le daba, contribuía a que Paco y él compitan en mariconada, Giovanni terminó siendo un imbécil y yo un adolescente infeliz (duramos 28 días). Ya integrado al ambiente gracias a Fernando, hoy Nadiana, conocí a mis diecinueve a Richard, un flaquito, trigueñito, sin trasero y con mucho trauma. No sé porque se me acabó el amor sin haberlo usado tanto. Nunca terminé con él, simplemente me alejé dejándolo ahogado en la pena (duramos 32 días). Pero como todo se paga en esta vida, vendría a mis veinte, Pierre. Cuerponcito, medio rubio, bailarín delicioso que remeció mis cimientos con sus curvas prodigiosas y sus movimientos salvajes. Me volvió loco, y la locura es estupidez, y fui el más estúpido loco que Gitano y Perseo conocieron. En resumen, Pierre fue un desgraciado. Sufrí, adelgacé, lloré, casi desfallecí… (duramos 45 días). Me costó mucho superar la mala experiencia y aunque aparecieron varios pretendientes en el camino, no lograron conquistarme. Hasta que, en una cita a ciegas que en otra entrega comentaré, conocí a Daniel. Aladino criollo de labios gruesos y ‘derriere’ de mamacha. Quizá el amor de vida, quizá la más grande tristeza de mi vida. Fui su primera experiencia y fue él mi segunda primera comunión. Cierto día partió a Alemania de vacaciones con la promesa de ser fiel y volver para compartir cucuruchones en el Frágola. Pero Daniel me engañó. Se dejó seducir por un nazi y el muy desgraciado me lo contó, según dijo, para empezar de cero y sin mentiras. Conclusión, lo eché de mi vida. Conclusión, me consumió la pena… (duramos 125 días). Como estar sólo era algo que mi espíritu no consentía, me arrojé fácilmente a los brazos de Víctor. Sencillo muchacho del centro de Lima, chato, romántico e infiel. Me colocaría las más grandes cornamentas que gay alguno haya llevado. Porque, aunque suene gracioso, me adornó hasta con el lechero, el canillita y el salchipapero. Conclusión: acabé otra vez solo y estúpido. (duramos 50 días). Más, todo cambiaría al poco tiempo al aparecer Guillermo. Blanco, atractivo, sexy y también chato. Fue amor a primera vista, flechazo instantáneo, locura automática. Nos mudamos juntos a la semana, nos amamos como criaturas recibiendo la hostia en la basílica catedral, fui feliz. Sin embargo, el universo me había puesto a Guillermo para amarlo diferente, para amarlo como amigo, para compartir algo más profundo que la intimidad. Y cierta noche descubrimos que habíamos nacido para ser hermanos, no amantes. Hablo del mismo Guillermo analítico y criticón que forma parte de mi grupo inseparable de amigos, a quien veo hoy como hermano, a quien ver de otra forma, sería incesto. Cosas de la vida, cosas del amor… (duramos 327 días).

Luego de este aburrido paso por mis experiencias sentimentales, todas fallidas, llegué hasta hoy en completa soledad sentimental, lo que no es malo. Hace un tiempo que no tengo pareja, y estar solo, a veces hace bien, sólo a veces, porque en semanas como ésta, contagiado por la pena grupal, siento que a mis veintiséis años necesito casarme (no de blanco, claro), pero necesito por fin un amor de verdad…

Fabián ha tenido a sus cuarenta y tantos años, 17 parejas. Leonel en sus cortos años de gay confeso, entre trauma y trenzas sueltas, 8 parejas y 14 amigos cariñosos (incluido Paul, el hétero). Guillermo, 3 parejas (incluido yo) y varias aventuras sin sentido. Omar, el sufrido Omar, no ha tenido nunca pareja, apenas 56 intentos fallidos de ser amado e igual número de decepciones. Y Nadiana ha tenido 2 parejitas y varios amantes machos que no han pasado de encuentros fugaces.

¿Será que los gays somos inestables? ¿Será que los gays nos equivocamos demasiado? ¿Será que no nacimos para amar? ¿Será que nos la pasamos probando, intentando, esperando el amor verdadero que tarda, tarda, tarda y que no sabemos si llegará? ¿Seremos taaan putos, promiscuos o tarados como dicen?

Pero en noches como ésta, y luego de pensar en Leonel intentando convertir a su heterosexual en el verdadero amor, siento que todos, a veces de forma equivocada, procuramos no estar solos, procuramos hallar en la disco el amor negado, en la calle el amor soñado, en el chat el amor que no llega y que se tiñe de misterio, anhelamos hallar al príncipe azul que nunca se convierta en sapo, al pata perfecto que nos haga sentir más gays que nunca y menos gays que siempre.

Mientras llega, atiborramos nuestras cabezas de fantasías, complacemos nuestros cuerpos con otros cuerpos solitarios, y entre la amargura, la pena, la nostalgia, la cólera, la frustración y el resentimiento por ser gays y estar condenados a estar solos, nos parecemos a Shakira y buscamos al ‘corazón’, y lo buscamos ayer entre el cielo y el suelo y no lo encontramos. Y buscamos en el armario, el abecedario, en los libros de historia… y no lo encontramos.

Odio la promiscuidad porque mata. Odio la soledad porque mata. Amo el amor aunque a veces mata. Amo a mis amigos que mitigan mi soledad y me evitan morir en ella. Amo a ese alguien que no conozco y que no llega, ese que nació para amar como yo, pero que no me encuentra todavía.

Me acuesto y eso que no tengo sueño. La cama es una excelente compañera, el espacio calentito que encontré para soñar con el día cursi y especial en que vuelva a hacer la primera comunión, y pueda por fin, otra vez, sentirme el centro de algún mundo, la persona más importante de alguna galaxia creada para mí, protegido, casi invencible…

JUAN DIEGO

YO NO NACÍ PARA AMAR...

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ESTA CANCIÓN CAE A PELO CON EL CONTENIDO DE MI CRÓNICA ANTERIOR.A MIS AMIGOS Y A MÍ NOS FALTABA SIETE VASOS DE WHISKY Y ESTA SONG PARA SENTIRNOS COMO VERDADEROS DESGRACIADOS... NO ES MI INTENSIÓN QUE ALGUNO DE LOS LECTORES SE SIENTA PRESA DE LA DESGRACIA, PERO ES BUENO MATIZAR EL BLOG CON ALGO DE MUSICA...

JD

20 febrero, 2008

LA MALDICIÓN DE LOS HÉTEROS...

Publicadas por Juan Diego 131 comentarios

Durante la secundaria, viví enamorado (si esa es la palabra correcta) de un lindo compañero de clase: Miguel. Estaba buenote. Ojos melados, mirada de galán; nariz de dios griego, labios carnosos, cabello brillante y lacio cayendo sobre la frente; el cuerpo (ufffff…) fibroso, marcado, piernas de futbolista, trasero redondo, apetecible delantera. En resumen, un auténtico Brad Pitt criollo y en edad escolar. Pasaba horas contemplándolo acojudado durante la clase de educación física. El pantaloncito corto traslucía gentilmente sus encantos. El polo blanco, sudado, pegándose a su pecho; el cabello húmedo rozando su carita de ángel ( uhmmm…) y, verlo correr tras la pelota o hacer planchas una tras otra, eran el mejor premio a mi sacrificada contemplación. Una vez en las duchas, casi me volvía loco. Él se desvestía con naturalidad, dejando al descubierto los encantos que el buen Dios le dio y, yo aguantaba el aire para no dejar al descubierto los ‘particulares’ gustos que el buen Dios también me dio. Cada noche al acostarme pensaba en Miguel, al levantarme pensaba en Miguel, llegaba al colegio con la esperanza de ver a Miguel… Lastimosamente, Miguel jamás me miró. La cosa no pasó de gentiles saludos de patitas de la misma clase, y lloré discretamente cuando lo vi besando a su enamorada (¡bruja!)...

No cabía en mi cabeza (primitivamente gay en aquel entonces), que los gays debíamos fijarnos exclusivamente en otros gays. Más aún, si el ideal de gay que desfilaba ante mis ojos, se parecía al de la Miss Universo con barba recién afeitada y voz de tenor. Pasó algún tiempo para entenderlo, para darme cuenta de lo ricos que podían ser algunos gays…

Lo cierto es, que Miguel jamás se marchó de mi cabeza, como tampoco se marcharon: Raúl, Claudio, Pablo, Mario, etc., variopinto grupo de muchachitos heterosexuales que ocuparon mi mente, y aceleraron mis fantasías diurnas y nocturnas durante la academia, la universidad, la playa; en la parroquia, el barrio, el trabajo. Muchachitos héteros atractivos, pendejitos al mirar, potoncitos al caminar, machos cabríos de hablar desgarbado, pregoneros fufulleros de mil noches de amor con supuestas hembritas de medidas perfectas. Sin embargo, ninguno de ellos se fijó en mí. Y, no porque yo no sea capaz de despertar el deseo en un pata. ¡Nooo! No debo mentir, estoy en algo. Sino que, ellos eran, son y serán ¡HETEROSEXUALES! (que largo suena) y, por leyes naturales (¿?) los heterosexuales solo se fijan en heterosexuales, y los homosexuales ‘sólo nos deberíamos fijar en homosexuales’. Como dice la canción de Montaner, “cada quién con cada cual…” y así está escrito, aunque duela, aunque lo dudemos, aunque no queramos, aunque el que esté a nuestro lado sea ‘hétero’.

Leonel, para variar, estrenó hace unos días nuevo amigo cariñoso: Paul. Diecinueve años, blanco, cejón, ondulado; apetecible, masculino, ‘aventajado’ (pregona mi amigo), y como valor agregado: heterosexual y con enamorada incluida.

Lo conoció sin querer en un ‘fast food’, conversaron un rato, y dice Leonel que, de pronto, surgió una química incontrolable con el muchacho, tan rápida como la comida que servían, y a la media hora, luego de dos vueltas al parque, el chico hétero que dice amar con locura a su enamorada, lo besó.
Nos pasmamos al escuchar la historia. ¡Pero, Leonel! resonó por el grupo. Sin embargo, decirle a una loca encaprichada que el hombre que lo acompaña no es el hombre que le conviene, es como pedirle al Cardenal Cipriani que nos incluya en ‘su’ plan de Dios.

Cuenta Leonel para escándalo de la tropa que, el buen Paul ha cometido un ligero traspié. ¿Cuál? Su enamorada adorada está embarazada, y el tierno Paul, solicita de manera urgente la ayuda económica de Leonel. Guillermo pegó el grito en el cielo, Fabián quiso desmayarse, Omar encontró un nuevo motivo para llorar, Nadiana enmudeció todo el rato, yo sólo quise saber que haría Leonel.

Pues, bien, mi amigo cuenta que, siendo Paul taaaaaan desinteresado (sólo él lo nota) debe ayudarlo a superar la crisis que atraviesa. La chica dará a luz en unos días y, como el pobre Paulcito, es uno más de la larga lista de desempleados del Perú de hoy, cómo comprara leche, biberón, pañales, medicinas y asumirá otros tantos gastos. Y como el buen Paul se emborracha a diario agobiado por la preocupación, Leonel, que tiene un corazón de oro, decidió pedir un adelanto en el trabajo para ayudar a su amado…

¡Te esta viviendo! – bufó Guillermo sin ir por las ramas.

Pero, Leonel no admite esa posibilidad. El cree ciegamente en Paul y en sus besos, en la pasión, sexo a granel y cariños que le da; y lo peor o mejor, no sé, es que el heterosexual Paul es activo, pero es posesor del mejor trasero de Lima, Callao y balnearios. ¡Tiene un culo perfecto y pito! chilla Leonel.

“Sin duda lo tiene amarrado” dice Omar. No hay nada peor que un hétero culón y coqueto, de esos que juegan con el hecho de saberse culoncito y se quiebran el doble al caminar para que la loca cojuda babee con generosidad y meta la mano al bolsillo anhelando esperanzada que uno de esos días y tras una borrachera, el muchachito se anime a probar, a intentar o a dejarse hacer de todo haciéndose el dormido. Y si ese heterosexual ya dio visos de poder hacerlo o lo insinuó luego de un puta mare, no hará más que avivar una obsesión gay que puede costar dólares, soles, euros, lágrimas, visitas a tiendas de ropa, y desayunos, almuerzos, comidas y viáticos. Sentencia Fabián: “Es la maldición de los héteros”.

Reflexiono y pienso en Miguel, mi fantasía adolescente, y de haber sabido que hacía falta invertir dinero para lograr siquiera un beso suyo, hubiese gastado todas mis propinas.

Y, admitamos que, un heterosexual, puede ser una excelente alternativa sexual, tiene sus encantos. Pero de allí a que exprese desinteresado amor por un gay está bien verde. Y si algo siente, pasaría a formar parte de la ingrata y cómoda categoría de los bisexuales o, es probable que el hétero no sea tan hétero, y albergue muy dentro a un gay gritando por salir, necesitando sólo de un empujoncito. Porque héteros vividores de gays han habido, hay y habrán muchos, pero héteros desinteresados pero necesitados de gays, no hay, esos son homosexuales fingidos.

Es verdad, ante tanta nueva loquita que hoy pulula en el ambiente, hay escasez masiva de muchachos gays masculinos, y los que quedan están emparejados o usados o, hay que decirlo aunque suene cruel, tienen un precio. Ante la escasez, los ojos de muchos gays se dirigen hoy a los héteros. Ellos tienen otros gustos, otros temas de conversación, y ¡oh, destino cruel e infausto!, terminan diciendo que nadie mejor que un gay para entenderlos. Y los gays, tontitos, débiles, caen rendidos ante los Romeos que hablan de fútbol. Pero hay algo peor, la más grande tontería (la peor de todas), es que muchos gays creen que los héteros, están exonerados de enfermedades de transmisión sexual. ¿Qué ocurre? Es la ‘maldición de los héteros’.

A quién no le ha gustado el vecinito, o el chico de la carpeta de adelante o el amigo del hermano o un compañero de trabajo o el hijo del bodeguero. Quién no guarda la esperanza de que cierto día, alguno de los susodichos termine declarándose gay y grite que lo desea. Por lo general eso no pasa, y si alguna vez pasa, será como nos pasó a muchos: fuiste a la disco y el chico hétero que te quitaba el sueño estaba ahí. Pero acabaste destruido, porque su acompañante es otro gay, con quien baila y al que besa, el que te ganó por puesta de floro. Y si contamos que muchos gays alucinamos que todos los heterosexuales guapos que alguna vez nos sonrieron, también son gays, encontramos otra tonta manía, otra tonta manera de ilusionarnos en vano. Con eso de que 'el ojo de loca no se equivoca', convertimos al heterosexual más recio en loca potencial, y llegamos a afirmarlo voz en cuello y con total seguridad. No son más que reacciones producidas por la ‘maldición de los héteros’.

¿Qué tiene un hétero que no tenga un gay confeso? Quizá sólo la etiqueta o sólo sea cuestión de costumbres sexuales o el sentimiento que es capaz de dar… Quizá no hay diferencias sustanciales, quizá hay diferencias radicales, no lo sé. Sólo sé que los héteros que se cruzaron por mi vida nunca me amaron, ni quisieron luchar por mí, ni me regalaron un peluche. Los gays que se cruzaron en mi vida, si.

Fabián, se ríe de la locas que estrenan parejas ‘héteros’ en una disco o fiesta gay, y que defienden a ultranza la hombría a carta cabal de sus parejas. Dan más risa cuando dicen: “El es hombre y el único hombre al que mira es a mí”. Incluso les permiten tener enamorada (¿?). “Es hombre”, dicen disculpándolos. ‘Puede estar con cien mujeres, pero no con otro gay’, dicen otros. Mientras tanto, el muchachito hétero come, viste, calza, estudia y - lo he visto - mantiene a su esposa, hijos, madre, padre, hermanos, y termina de construir la casa familiar a costa de su pareja gay.

Nos da un ataque de risa al recordar a un estilista que llega siempre a la discoteca acompañado de un pelotón de muchachos héteros a los que emborracha hasta más no poder. El pobre estilista que no es un barril sin fondo, se emborracha más que sus acompañantes y acaba tirado en un rincón. El pelotón de héteros se dispersa, y por si fuera poco, algunos se van con gays que, conocedores de lo que va a suceder, los rondan como leones a los cervatillos, y aprovechándose de las circunstancias y sin invertir un sol, se llevan un hétero borracho y dispuesto a todo como premio a su insistencia…

Nadiana se ríe de los comentarios, y aunque es femenina, es consecuente al pensar que un hétero podrá ser amante de una noche, pero nunca amor de una vida. ¿Acaso un gay puede serlo? pregunta el sufrido Omar, y no le falta razón. En esto del amor entre hombres, todo es impredecible…

Guillermo, cierra los comentarios sobre héteros soltando algo cruel pero cierto: “La mayoría de crímenes, robos, asaltos, agravios o abusos que se cometen contra los gays, son ejecutados por muchos de los héteros que le sirvieron de parejas o amantes”. Nos quedamos callados, no decimos nada y no sabemos que hacer con Leonel.

Finalmente, Leonel está bastante grande para tomar sus decisiones, es dueño de sus actos, aciertos y errores. Quizá se equivoque, quizá sea feliz por un tiempo, quizá Paul sea el amor de su vida. Quizá se quede en la ruina o goce como loco… no lo sabemos. A veces, la soledad, la necesidad de alguien, el deseo de sentirse amado, llevan a hacer cosas que no podemos juzgar. Hoy, sentado frente a mi laptop, sé que Miguel, bello y perfecto, no fue una maldición, tampoco una bendición. Sólo fue y es heterosexual. Solo fui y soy gay. Y las maldiciones, al final, sólo son supersticiones, supersticiones capaces de alojarse en nuestras cabezas si nosotros queremos…

JUAN DIEGO



13 febrero, 2008

FIEBRE DE SÁBADO POR LA NOCHE...

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Hoy será como de costumbre un sábado de discoteca… Sábado, día de destape, de fiebre incontrolable. La noche invita a la diversión, un fuerte deseo de liberación invade los sentidos, pican los pies, la sangre se calienta, el posible príncipe azul esperando por nosotros (nunca llega), decenas de tarjetitas de promoción abarrotando los bolsillos (Happy Hour, sexo en vivo, 2x1). Mis amigos llamando al celular. “Es sábado, Juan Diego, ¡Vamos a la disco!” grita Guilllermo destrozando mis tímpanos. “Hagamos un tour”, sugiere Leonel, "de Miraflores al centro… uhmm… ¡Adrenalina pura!”. Fabián preferiría quedarse en su depa, cocinar para todos, beber vino, escuchar música… También yo preferiría algo más tranquilo; pero, Omar con el ánimo por los suelos debido a sus clásicas penas de amor, necesita urgente diversión, lo que termina decidiendo nuestro destino sabatino: la discoteca. Además, Nadiana, nuestra amiga de años, es una reconocida estrella del Travesti Music Hall y hoy inicia temporada danzística. Una razón más para discotequear…

Tenía dieciocho años cuando fui por primera vez a una discoteca gay. Fue Nadiana, en aquel tiempo Fernando, quien me llevó. “Debes integrarte al gremio” dijo convencido de hacerme un bien. Era el buen Fernando, mi único amigo gay, y su promesa de ver bailando en un mismo lugar a guapísimos muchachos igualitos a los de mis fantasías cotidianas, me arrastró a bailar. Bailar es un decir. Di un vistazo al lugar y me asusté. No quise bailar una sola pieza pese a la insistencia de Fernando. Sólo cuando un príncipe azul me invitó a la pista de baile hipnotizándome con su sonrrisa perfecta, accedí a bailar. La verdad, me sentí taaaan estúpido parado allí en el centro, sintiendo todos los ojos puestos en mí, pero el muchacho aquél se veía taaaaan bueno, que anuló cualquier prejuicio y verguenza.

Aquella noche es inolvidable. No por el príncipe azul que, finalmente, se convirtió en sapo; más bien, por lo ridículo que se siente un hombre al bailar con otro hombre (cuando no tienes experiencia en la materia, claro). Se siente rarísimo dar un giro quimboso, cuando tu eventual pareja de baile tiene la barba tupida y la voz gruesa. Nada que ver con mi grácil pareja de promoción. El supuesto príncipe terminó por traumarme. Yo, creyéndolo sueño hecho realidad, y el muy condenado queriendo llevarme a la cama luego de dos canciones. “Asi son todos aquí” repetía Fernando. “Todos buscan sexo”.

Al margen de la decepción, me hizo bien saber que, habían muchos otros gays que, agazapándose bajo la luz rojisa o envolviéndose en deliciosos movimentos producidos por la música de Donna Sumers, se parecían a mí. Por lo menos en lo concerniente a preferencias sexuales. Al salir aquella noche de la disco, supe bien que no era un hongo, ni un hecho aislado…

Luego, haría de cada sábado, un pretexto obligado para no sentirme un hongo, y volvería a la disco reiteradamente. Cierto día, justo en el baño de la disco y ayudándolo a vomitar, conocí a Leonel que, por aquellos tiempos era más traumado que yo (hoy no tiene una pizca de trauma). Junto a Fernando, nos convertiríamos en un trío inseparable, en tres chiquillos deseosos de amar y divertirse.

Tuve problemas con este rollo complicado de los roles sexuales en que nos trata de colocar el sistema (pasivo, activo, moderno), ya que no podía ubicar mi exacto lugar. “Prueba todo y quédate con lo más te guste” me sugería Leonel. Fernando, que hoy es Nadiana, en aquel tiempo quería ser Nadiana pero era Fernando, y aunque se comportaba como Nadiana, los ideales masculinos de sus fantasías, no encontraban correspondencia en la fauna discotequera, más bien flora en ocaciones. En cambio, el traumado Leonel, se quitó las culpas rápidamente, y sorprendió a propios y entendidos con una simpatíquisima pareja: Fabián. Un atractivo pata de cuarenta años bien llevados, abogado, culto, gay experimentado. Para variar, lo conoció en la disco. Tomaron un trago, bailaron dos piezas, se chaparon y mejor no sigo. Resultado final: se hicieron pareja. Sin embargo, este rollo de los roles sexuales - ambos decían ser pasivos complacientes -, les impidió ir más allá. Duraron muy poco (1 mes), pero Fabián se quedó en el grupo y aportaría esa cuota de experiencia y madurez que necesitábamos.

Poco tiempo después, llegaría al grupo Guillermo. ¿Quién lo trajo? Fui yo. Fue mi pareja número cuatro en dos años, nos amamos con locura (eso creímos), parecía ser el amor de mi vida, eramos insoportablemente melosos. Sin embargo, cierto día nos convencimos de que él y yo habíamos nacido para ser hermanos del alma, no amantes, y aunque dicen que los ‘ex’ no pueden ser amigos, con nosotros ocurrió todo lo contrario. Guillermo es extremadamente analítico, criticón, atractivo y con jale y, a pesar de su carácter dependiente de las fases lunares, se quedó en el grupo y es una de las personas más especiales que conozco.

Otra noche de discoteca conocí a Omar. Quiso seducirme, no lo logró. Dijo que me amaba a los diez minutos de conocerme, me transtornó con su discurso dramático; no obstante, nos pareció tierno y se quedó en el grupo. El pobre Omar, vive sufriendo cual Magdalena por cada hombre que se le cruza en el camino. Tiene mala suerte en el amor, y aunque él, es culpable de sus desgracias por enamorarse cada semana de la persona equivocada, es nuestro amigo y hay que entenderlo. Pese a todo, mi amigo sueña con encontrar al amor de su vida en la disco; nunca lo encuentra, y cuando cree haberlo encontrado, la tragedia ronda… y ¡oh sorpresa! el hombrecito nuevo es descubierto en un rincón de la disco besándose con otro. Omar llora, sufre y se emborracha más que la semana anterior, pero ahí estamos nosotros, Leonel, Guillermo, Fabián, Nadiana y quien escribe, sus amigos del alma, para apoyarlo y soportarlo. Y de buenos amigos que somos, volvemos a la discoteca buscando alegrarlo…

Hay que admitir que la discoteca se vuelve adicción. Nunca aparece el príncipe azul, pero… estúpidos que somos, nos quedamos mirando edulcorados al chico más guapo de la noche, buscando encontrar en sus ojos el amor negado en otros ojos. Empero, como el amor soñado nunca llega, muchos optan por el sexo soñado. Y borrachos, sabemos bien que el tipo mañosón que nos florea de lo lindo, no se aproxima en lo absoluto a nuestros sueños, más la pena, la angustia, la cólera por lo que no llega, los calores corporales inevitables producidos por el alcohol y eso de que 'eres gay pero hombre por sobre todas las cosas', terminan aventándonos a la cama con el mañosón. Cuando amanece odiamos la discoteca por ser tan oscura: la luz de la mañana nos deja ver un sapo completo roncado a nuestro lado… Igual volvemos a la disco y, sin darnos cuenta, la convertimos en el depósito de nuestros sueños y fantasías, más aún los sábados. La segunda casa para muchos, casa ingrata a veces. Lugar aislado, caleta, oscuro, pero nuestro, ideal para evitar las miradas que escudriñan nuestra masculinidad, patrimonio cultural de nuestra homosexualidad, lugar rico para dar besos suaves o salvajes o, simplemente no besar y añorar besar…

En ocaciones decidimos dejar de ir. Sin embargo, terminamos añorando el suelo veteado y gastado de las pistas de baile; añorando los apretujones, las luces bañando nuestros cuerpos; añoramos el lugar donde se esconde más de una historia de amor y de amistad, historias que, probablemente, han hecho de nosotros mejores personas…

Si, hoy es sábado y la disco espera. Es lo mismo, lo sé. La misma música, los mismos shows, la misma gente, el mismo mal gusto en ocaciones… Pero no negarás, que, aún, como cuando fuiste por primera vez, continúas albergando los mismos deseos que sólo una noche de sábado en la disco tiene para los gays…

Y, de hecho, hoy, más de una nueva historia volverá a escribirse. Quizá la tuya; quizá Omar llore por el desgraciado que lo ha de engañar esta vez; quizá Leonel logre conocer al pata del chat que lo trae loco; quizá Fabián vuelva decir que la nueva generación es muy amanerada; quizá Guillermo vuelva a criticar la poca origininalidad de los shows y se queje de los empellones en la pista de baile; quizá Nadiana triunfe otra vez y se robe los aplausos; quizá yo, abrigue la tonta esperanza de encontrar por fin al príncipe azul; quizá tú, que nunca pisaste una disco gay, sentirás la estupidez del primer día, estupidez que será reiterativa, tan reiterativa que, de seguro, muchos de nosotros, y porque así lo queremos, volveremos hoy a sentirla…


JUAN DIEGO

09 febrero, 2008

ERES CABRO!!!! 2da parte

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Esa noche no pude dormir. Imaginaba a Lidia Meléndez, traumada, acojudada, transtornada, diciéndole a mis papás lo que había visto. "Encontré a Juandi y Sandrito desnudos dándose de besos" y se echaría a llorar inconsolable, loca, más traumada, acojudada y transtornada que antes de decirlo.

La luz de la noche se filtraba azulada a través de la ventana cubriendo mi habitación de un halo terrorífico. Mis manos sudaban como hojas empapadas por la lluvia, mi cabeza se atiborraba de un nuevo temor cada minuto, mi silencio coyuntural se rompía con sollozos...

Todos mis miedos a punto de estallar. Mi madre lloraría como una loca porque su Juandieguito era maricón, mariconazo, cabrazoooo, y nunca más me hornearía un keke para comerlo calentito en el desayuno, ni me miraría hermosa y dulce al partir a la escuela, ni me daría mis siete besitos y mi bendición matutina. Mi papá me sacaría la madre y la abuela juntas porque yo era su engreido, su Juandi inteligente y buenito, ¡carajo!, el Juandi que entonaba afinadísimo cancioncitas lindas camino del colegio y al que él llevaba orgulloso de la manito, y su mano negra y fuerte me paseeba por esas aceras vetustas del Callao, y sacaba pecho porque me había ganado todas las diplomas de la primaria y decía voz en cuello ¡ése es mi hijo! Bueno, y a Sandrito iba a ser dificíl volverlo a poseer. Tan rico que era poseerlo mientras me ponía su carita de pavito malcriado.
Había adiestrado a Sandrito sobre lo que tenía que decirle a sus padres cuando el escándalo explote. Debía aclarar, muy frío y seguro, que lo que hacíamos era un tonto juego de chiquillos arechines que de tanto pensar en mujeres calatas decidieron esa única vez, ver si sus pipilines habían crecido lo suficiente para satisfacer a alguna hembra que se nos cruzara llegado el momento. Pero, la joda de la situación y la confianza de amigos hicieron que, él y yo, juguetones por naturaleza, pusiéramos nuestros cuerpos uno encima de otro. Era una escusa creíble. Los adolescentes son calentones por inercia y gustan de juegos exploratorios a veces raros, así que ni Lidia ni Samuel Meléndez debían exagerar con esa payasada. "Míralos a los ojos, no tiembles, relájate, Sandro" le dije varias veces antes de irme a casa esa tarde funesta. Claro está, el miedo igual corroía mi valentía y solo el rezo abundante me otorgaba cierta calma.

Pero como el hombre propone y Dios dispone, recé aquella noche como nunca lo había hecho (hasta ese momento) y prometí el oro y el moro al Dios bueno que me hacía llorar, y a su mamita, la virgen, la arropé en mi almohada y la bañé de lágrimas. Mi vida estaba a punto de cambiar, a un paso de destruirse, a un leve suspiro de ser una triste vida... Entre suspiros y llanto me dormí. Me despertaron los siete besos ricos de mamá, los boleros de papá, los ladridos del flash, la sonrisa de Frida, los gritos de Santiago, el abrazo tierno de Martincito, la luz clara y fresca de esa mañana de abril...

Partí a la escuela cubierto de risas, las risas que la fiesta de cada mañana hacía brotar de mi boca. Sentí alivio. Diosito era buenito, es que yo no era tan malo, solo cacherito de Sandrito y casi cabrito de quince veranos. Mamá me despedía moviendo sus manos huesudas y largas. Yo reía. Papá palmeaba mi hombro, el sol brillaba intensamente, mi corazón se aliviaba, Dio era bueno, carajo...

Llegué al colegio, busqué a Sandro, no me dio cara. Lo encaré en el refrigerio. ¿Qué tienes? le increpé. Cuéntame qué pasó... Apenas me miró, y me dijo con la cara mustia que no pudo mentir y le contó a sus papás que Juandieguito y él hacìan mañoserías desde los diez años.

Grité como un demente. Le dije que era un imbécil, un cabroooo, un tarado incapaz de manejar una situación que no era tan complicada. Él dio media vuelta y me dejó con los gritos en la boca. Al minuto regresó y me dijo que no me le acerque más, que yo era una mala persona, una influencia negativa para él... Mi corazón no tenía tiempo ni ánimo de romperse. Lo vi alejarse con su caminata de chiquillo asustado que tanto me gustaba. No lo volvería a ver hasta después de seis años...
Regresé a casa caminando con extrema lentitud. Parecía que los edificios y los árboles se burlaban jadeantes al paso del cabrito. Recé otra vez. Odié a Sandro, debió hacerme caso, pero fue cabroooo y me embarró. Todo lo que había planificado con absoluta frialdad se había destruido. Quise que la situación pareciera un juego tonto, que no trascendiera y que Lidia borrará rápidamente la gelidez que abrumaba su mirada. Pero, Dios no me había escuchado, me traicionó, me traicionaron el cielo azul y sus habitantes que tanto amaba.

Llegué a casa. Mi primo Segundo nos visitaba. Mamá y papá me saludaron como siempre, pero noté algo extraño en sus risas, un brillo opaco en sus ojos. Frida apenas me habló. Me encerré en mi cuarto, lloré un poco más. Cuando sentí el auto de mi primo rechinando al partir, mi corazón se quedó estático. Mis padres subían la escalera presurosos y al llegar a mi cuarto tocaron la puerta con insistencia.
Sequé mis lágrimas, quizá eran solo ideas mías, tonterías producidas por mi conciencia sucia... Mamá me miró y se echó a llorar. Papá traía la cara en el piso. No estaba molesto, estaba dolido, desilusionado... ¿Qué pasa? alcancé a preguntar...
En ese momento mi vida cambió. Dejé la adolescencia para convertirme en hombre. Hombre cabro, hombre gay, pero hombre, al fin y al cabo, con la hombría propia de Juan Diego, ésa que no se parecía a la que anhelaba su papá, pero era hombría...
Samuel Meléndez había interceptado a mi padre durante la compra del pan y le dijo fríamente que su santa esposa nos había encontrado desnudos en la cama, y que Sandrito me poseía echado sobre mí. Osea, Juandieguito era un reverendo cabrazo.
Aunque había ensayado ser frío y práctico, me eché a llorar desconsoladamente. Escuché los cuestionamientos, preguntas, el qué hemos hecho, en qué fallamos, porqué nos haces esto, porqué nos averguenzas así, porque Juan diegooooo, porqueeeeeeeee y lloraba el triple mi mamá. Quería decirle que no exagerarán, que yo no quería ser como la Gommy, que solo quería disfrutar de algunos hombres ricos que se me pusieran en el camino y, si el Dios que ese día me había traicionado, me ponía un pata rico y bueno, pues, ser su parejita, ser novios como se cuenta en la internet que llegan a ser muchos gays . Pero mamá se apretaba el rostro hasta maltratárselo y sus lágrimas salían como de un caño, papá no paraba de preguntar con cuántos hombres más me había acostado. Por supuesto, le dije que con ninguno más. La verdad, mentía...

Pero debía hacer una aclaración inmediata. Sandro no me había poseído jamás. Desde los diez años fui yoooo quien le hizo el sexo al potoncito, él jamás posó algo suyo sobre mí. Mi papá detuvo sus reclamos, mamá acabó intespestivamente su llanto. ¿Cómoooo? preguntaron al unísono. Aclaré suelto de huesos y como buscando limpiar mi honor mancillado por tal mentira, que yo, Juan Diego, Juandi, Juandieguito se comía riquísimo al Sandrito y lo demás era mentira...

Papá corrió a la tienda de los Meléndez y encaró a Don Samuel: "Mi hijo se tiraba al tuyo" le increpó como sacando a relucir un escudo que protegía a su Juandi de los rayos ultravioletas que disparan mariconada. El tiendero titubeó, su rostro adquirió matices naranjas y gritó Sandrooooooo. El culoncito bajó atolondrado para ser cuestionado. Sandro asintió ruborizado y aceptó que era yo quien lo hacía feliz. Doña Lidia lloró triplemente traumada, acojudada y transtornada . Una cosa era que su hijo se comiera al corrompido futuro cabrito declarado del Juadieguito, y otra, muy distinta, era que el Juandieguito con cada remecida que le dio a su Sandrito lo había corrompido y declarado como futuro cabrito. Mi padre sacaba pecho. "Mi Juandi era el hombre" habría dicho feliz, pero la consideración ante el dolor terrible que debían experimentar los padres del pasivito descubierto, lo detuvieron de festejar ahí mismo y botar de contento las rumas de leche y arroz.
Mamá me dijo que lo que habíamos hecho era malo, que no lo volviera a hacer nunca más. Que los hombres debían estar con niñitas, ellas tenían chuchita y nosotros pipilín, y eso era lo normal, cuerdo, lógico, y ya verás cuando lo pruebes, me dijo papá, es más rico... Todo volvió a ser lo mismo. Juan Diego no era el cabrooo que ellos creían, tenía sus problemitas quizá, había que tratarlo o entederlo, pero cabrooo como el Sandrito no era... Pobres de los Melendez, lidiar ahora con un cabrito en la casa, un chiquillo al que le gusta el pene, ¡Qué miedo! Voy a rezar por ellos, decía mamá...
Pero a mí me gustaban los hombres, y las chuchitas me despertaban tanto interés como la física cuántica. Yo era cabrito, quizá má que el Sandrito, pero para mis padres, para Frida, era un cacherito que se confundió de hueco, un chiquillo precoz que buscaba su lugar en el mundo y usó el agujero del vecino como radar... No obstante, para mí todo había cambiado. Cada vez que recordaba los ojos de la Sra Meléndez viendo a su hijo desnudo sobre mí, sabía que ya no era el mismo. El rechazo de Sandro, la noche sin dormir, la consecuencia de mostrar tu verdad aunque los otros no la entiendan y, sobretodo, el saber que nada de eso habría pasado si yo no hubiera sido cabrito, me llenaban el pecho de una extraña sensación...
Esa noche supe que era libre y cabro, ¡eres cabro! me dije, ¡eres gay!, y supe bien que eso no iba a cambiar, que era como un sello, una suerte de estigma que podía ser delicioso y terrible, pero que estaba aquí, metidito en mi pecho, luchando por no salir de mi boca y palpitando en mi todo. Eres cabro, Juan Diego, no como dice el pelucón, ni como tu papá cree que es Sandrito. Eres cabro, simplemente, porque Dios no te había traicionado. Te había puesto, sabiamente, las herramientas necesarias para encontrar tu camino...
Y, hoy frente a mi notebook, sé que aún no encontré mi camino, es tan difìcil. Pero aquí estoy, menos cabro y más gay, mas Juan Diego y menos Juan Dieguito, y listo, acicalado, perfumado e ilusionado con esta noche de sabado, de disco gay, donde seré uno más del mar de gays y cabritos con historias y sueños parecidos y que aún no encuentran su camino...
JUAN DIEGO
 

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