Del amor al odio...

Este es mi último post... Charly leyó mi blog, vio lo que puse de él y reaccionó de extraña manera...

¡Regresé!!

Volví a postear después de un año... Comparto con ustedes EL PRINCIPE LLEGÓ...

Fumando espero...

En días simples llego a fumar una docena de cigarros. En días medianamente complejos puedo fumar hasta quince. En días terribles, en esos momentos en que la tensión me devora y ...

12 abril, 2008

ESTOY TÍO!!!

Publicadas por Juan Diego 326 comentarios
El final de mi historia con Álvaro me dejó un poco triste. Decir que no me importa lo sucedido, que no me afecta ser engañado y que por ratitos no me sentí un tonto desgraciado, sería mentir. Sin embargo, el trabajo combinado y ordenado de mi madre, hermana y amigos íntimos permitió que Juandieguín pasara de una depresión en ciernes a una sosegada alegría. Sentirse querido hace bien.

Esta última semana mi madre y mi hermana me han dado de comer tanto que tengo provisiones en el estómago para dos largos meses. Ellas repiten segurísimas “barriga llena, corazón contento“ y, aunque mi peso no tarde en sufrir los estragos de tanta comida criolla y dulces de ensueño, para ellas comer en exceso no deja paso al dolor. Nada mejor que un ají de gallina para olvidar que Álvaro me floreó de lo lindo y un arroz con pollo bien taipá para no darme cuenta que lo esperé dos años en vano. Una inmensa porción de pye de limón para olvidar sus besos suavecitos y una taza, tazón, mejor olla de mazamorra de ser posible, para saber que nunca mas le haré el amor...

Fabián me regaló el último disco de Keane. Guillermo me llevó a comer los anticuchos por los que muero y que como por decenas (¡más comida!). Nadiana me hizo una fabulosa limpieza de cutis usando cremas frutales e intento hacerme la manicure, cura la depresión, dice, pero rechacé su ofrecimiento ipso facto, la mariconada no me da para tanto. Omar me regaló un libro de autoayuda “Como superar una ruptura sentimental” y Leonel, siempre osado, me regaló un hombre. Si, suena extraño, pero me regalo una cita sexual con un chico de veinte años, futbolista y dispuesto a todo, todo, todo. “Una noche con un chico rico y calentón para que Álvaro se borre totalmente de tu memoria” aseveró risueño y orgulloso de obsequiarme una fantasía que no pedí. Guillermo y Fabián se molestaron con él. “Sexo con desconocidos, no cura ninguna pena” gruñó Fabián. Guillermo me amenazó con quitarme el habla si aceptaba el regalo carnal. Tuve que rechazarlo... (qué pena). Leonel, indignado, se fue del depa recordando parte del diccionario de la grosería peruana.

En general, todos contribuyeron a que me sienta relajado, casi feliz. Por ratitos, algunos suspiros se escapaban de mi pecho sin pedirlo, empero la depresión no ganó la partida y Álvaro, nunca arcángel, siempre demonio, se fue ocultando en el horizonte de mis ganas.

Ayer, luego del trabajo, me dirigía al depa de Fabián a continuar con la cariñosa terapia de engreimiento. Antes, decidí ir a la tienda de la esquina por cigarrillos. Frente al mostrador, esperé paciente que Don Sósino, el bodeguero, versión viva de Don Pepe, me atienda como de costumbre. Eso no ocurrió. Su adolescente vástago tuvo la responsabilidad de brindarme mis necesarios cigarrillos. El jovencito de catorce años buscó mis cigarros favoritos por los anaqueles, vitrinas, estantes y rumas de la tienda. Nunca los encontró. La desesperación por fumar me invadía. Cuando quiero algo, y ese algo se me niega por algún motivo, tiendo a entrar en desesperación, peor aún si se trata de mis cigarros, y con el niño sudoroso buscando mis puchos por doquier, la desesperación quería asomarse por mis ojos, boca, lengua...

En ese momento, mis oídos fueron expuestos a una terrible explosión.

- ¡Pucha, tío, se han acabado los cigarros! - me dijo el chiquillo.

¿Me llamó tío? me pregunté. Probablemnte me llamaba tío a la usanza de los españoles. En esos casos, el tío es equivalente a que te llamen brother...

- ¿Cómo dices? - pregunté confundido.

- Ya no hay cigarros, señor - me respondió el niño.

- ¿Cómo dices?

Del fondo de la tienda salían otros chiquillos amigos del hijito de Don Sósimo. Escuché claramente cuando el boguederito le susurraba a su tropa. “Ayúdenme a buscar cigarros para el tío de camisa azul”

Ese infernal chiflido que pasea mi cuerpo en los momentos complicados empezaba a poseerme sin control. Esos mocosos me decían viejo sin decirlo directamente.

- Maestro - me habló un enano quinceañero. Miré a todos lados para cerciorarme de que realmente el pedazo de ser humano osaba llamarme maestro y decirle maestro a un gay es ponerlo a la altura de un maestro carpintero adulto o maestro albañil adulto o maestro de secundaria adulto. Ese grado de maestría no se parece a aquella que obtendré pronto por matarme estudiando cada noche, nooooo, esa maestría es el grado que recibes de boca de estos pequeños forajidos por ser viejo.

En eso llegó Don Sósimo y fue advertido por su hijo que el “tío de camisa azul”, o sea, yo, buscaba una cajetilla de cigarros. Don Sósimo atisbó que uno de sus clientes principales esperaba presuroso y me ofreció unos cigarrillos que solo él conocía. Rechacé la oferta automáticamente, mis pulmones se merecen lo mejor. Fue, entonces, que caminando fastidiado hacia un rincón de la tienda, escuché a uno de esos adolescentes infernales decir: “Que chinchoso el tío, porque no se lleva esos cigarros, tan viejo y engreído”

Tuve locas ganas de despedazar al niño aquel, de gritarle al mocoso malcriado que acabo de cumplir veintiocho años, que no soy viejo, que voy al gym, uso cremas de cuerpo y manos, y si estoy ojeroso es porque el ritmo de trabajo y estudios no me deja descansar como merezco. Quise decirle que no tengo arrugas, que me suelen echar veinticinco años o menos, que estoy en la plenitud de la vida y que mis sobrinos estarán de aquí a un tiempo prohibidos de llamarme tío. Cómo se atrevía ese chico esmirriado a llamarme viejo.

- ¡Encontré sus cigarros! - exclamó emocionado Don Sósimo. Extendió la mano y me dio la cajetilla. Pese a todo, una deliciosa sensación de alivio cubrió mi pecho. Pero ésta se detuvo cuando una voz rasposa y metiche golpeó mi oreja. Era una venerable abuelita. “Para qué va a fumar” reclamó la señora viéndome con cierto aire maternal. Iba a explicarle que trato de dejar el vicio y que... “Usted debe cuidarse, ya no es tan joven como para maltratar su cuerpo”

¡Qué se creía esa vieja!! No tenía autoridad cronológica para referirse a mi edad cuando ella sobrepasaba los ochenta años. “Tengo veintiocho años” le aclaré esbozando una sonrisa burlona. “Por eso se lo digo, ya no es tan joven” remató su maldad la vieja bruja.

No negaré que deseé ver a esa vieja bajo tierra mientras se alejaba moviendo las sandalias de jebe. Don Sósimo me regaló una sonrisa tan enorme que pude ver hasta sus muelas cordales y sin quererlo el bodeguero tonto remató la terrible faena de compra iniciada por el desgraciado de su hijito. “Ya, señor, vaya a casa tranquilo, ahi lo esperan su esposa e hijos, no haga caso a la viejita, jejeje...”

Claro está, he prometido no volver a esa pocilga de tienda en lo que me quede de vida. Salí de ahí con urgentes ganas de verme en un espejo. Nunca me había sentido viejo o algo parecido. Sé que no soy viejo, pero supe después de estos magros acontecimientos que ya no soy el chiquillo rico que parece chiquillo rico y que aunque los treinta estén a más de setecientos días de llegar a mi vida, para el mundo ya soy un adulto oficial, lo que es igual a ser viejo o, por lo menos, a no ser el jovencito que deseo siempre ser y que ya no soy... nooooo

Álvaro no contaba para mí, esa pena se había extinguido como por arte de magia, ahora el ánimo se me había alterado gracias a esos ciudadanos de bodega capaces de hacerme envejecer en un ratito. Necesitaba un cau cau urgente o un cebiche mixto con bastante ají o un bavarois de fresa para no deprimirme...

Llegué con hambre al depa de Fabián. Le conté a mi amigo lo que me había pasado. Cometí un error. A los cuarenta años y un poquito más, Fabiancito no debía escuchar estas cosas. Qué consejo puede darme alguien que tiene un arsenal de cremas antiarrugas. Mi amigo me vio niñito de veintiocho, luego se paró frente al espejo y estalló en un interminable llanto. ¡Si tú estas viejo, yo anciano! barbotaba.

Cuando llegó Guillermo se asustó con la escena. Juan Diego, a quien quieren evitarle la tristeza, calmaba la tristeza lacrimógena de Fabián. No entendió nada el chato renegón que jamás tendrá el talento de calmar con tino alguna pena. ¡Ya cállense, carajo! requintó. Jaló a Fabián frente al espejo y le exigió que deje de verse como anciano. Me llevó hacia otro espejo y me dijo, aliviándome, que me veo más joven que él y que Leonel y que Omar y que Nadiana. “Pareces el menor de todos”. Sentí cierto alivio. Empezar a hacerme viejo pareciendo el menos viejo de mi entorno es un mérito que no busqué, pero que me hace sentir menos hambre.

De pronto sonó mi teléfono. La tía Dora, una octogenaria tía de mi padre acababa de morir. La verdad, vi a la señora una sola vez en mi vida, así que pena no llegué a sentir. Pero al colgar el teléfono reparé en que sí me hacía viejo porque la gente que era vieja vieja ya se estaba muriendo. Me dijeron cierta vez que un síntoma de vejez se halla en verificar que la gente mayor que tú empieza a morir en serie, y esta tía Dora era la séptima tía de mi padre que se moría en los últimos dos años.

¿Que raro no? Yo siento que apenas empiezo a vivir y los demás me ven como tío. ¿Cuestión de percepciones? No sé. Pero al observar a mis amigos debatiendo sobre si éramos o no viejos y ver a Fabián llorando como Magdalena porque las cremas no son lo que prometen, me sentir súper maricón. Si, me sentí más gay que nunca al percatar en que doy demasiada importancia al querer ser siempre joven, cosa típica de los gays.

No me siento viejo, ni soy viejo, ni quiero parecer viejo, es que la vejez está asociada con muerte y quiero a veces ser un gay que vive para siempre. Me llevó tantos años aceptarme completamente que siento que no llevé la infancia y adolescencia que debía, y al llegar a los veintitantos quiero vivir la adolescencia gay que no tuve. El rollo es más complicado de lo que parece. La vejez está, también, asociada con soledad, y ser gay y viejo es igual a estar solo. Será por la importancia que los gays damos a la apariencia física que todos queremos ser jovencitos para siempre, y el paso de los años es casi una condena a quedarte solo.

¿Será por eso que los gays casi nunca dicen su verdadera edad? Casi siempre se la bajan, siempre queremos parecer menores de lo que somos. Es una forma de sentirnos menos solos o de no condenarnos a estarlo.

El tiempo pasa inclemente y no lo puedes detener. Cuado menos cuenta te das, tienes las responsabilidades propias de un adulto, y eso te convierte en tío aunque no quieras. Además, y como para sentirme menos mal, debo reconocer que a los catorce o quince años todos nos parecen tíos, hasta los gays que no quisieran nunca serlo.

A veces vemos pasar la vida y seguimos solos, y sentimos que las cadenas de la soledad empiezan a oprimir, como si una pareja sentimental fuera lo único que puede hacer sentir menos solo a un gay. Pero envejecer con alguien al lado debe ser menos trágico que hacerlo en soledad.

Guillermo dice que envejecer no es un temor propio de los gays, es de todos los seres humanos. ¡Pero, carajo, aquí ninguno es viejo! aclara. Leonel dice que hay que tener sexo con la mayor cantidad posible de hombres de tal forma que cuando seamos viejos y no tiremos con nadie, recordaremos esos momentos placenteros y nos sentiremos menos infelices. Omar dice que los heterosexuales se vuelven viejitos acompañados de sus hijos, los gays, no. Nadiana no quiere tocar el tema. Travesti y vieja, debe ser una fatal combinación.

Este parece ser un mundo solo para gente joven y bonita, pero no es verdad. Es un mundo para todos. Para los jóvenes y los ya no tan jóvenes y para los que no son tan jóvenes y quieren sentirse así, y para los viejos que son viejos y quieren ser jóvenes y para los viejos que se resignaron a serlo.

Fabián cesa su llanto y dice lo que siempre repite cuando tiene su depresión asociada con la vejez: "lo importante no es la edad, sino vivir intensamente". Y tiene razón. Siempre dije que no me importaría ser viejo, que lo más importante será llegar a los cincuenta habiendo logrado aquello que me propuse. No obstante, la vejez tiene apariencia fantasmagórica y quieras o no, asusta.

Nunca me habían dicho viejo ni me había sentido cerca de serlo. A los veintiocho años sería estúpido sentir que estás en la senectud. Pero viendo a mis papás con el cabello bañado de canas, ver a mis sobrinos crecer desmesuradamente, asistir a la boda de mi hermano menor, cansarme un poquito más, aburrirme un poquito más, preocuparme por el futuro un poquito más, me hace sentir que, por más que no quiera, soy un adulto promedio.

Voy a las discos y bailo como si tuviera dieciocho. Salto, chillo y me divierto como de dieciocho. Sueño, anhelo y devaneo como a los dieciocho. Sin embargo han pasado diez años desde que recibí mi primer DNI y aunque hoy me dijeron tío, la experiencia de vida acumulada me hace mejor que a los dieciocho. Soy mejor hijo, amigo y ciudadano que a los dieciocho, mucho mejor amante que a los dieciocho... Y, sí, hay mucho de niño en mí, tan niño que me enloqueció el chiquillo que me llamó tío, pero ser niño es parte de como me siento no de lo que soy.

Mamá y mi hermana me llaman al celu. Quieren que vaya a comer esas enormes y ricas papás rellenas que preparan. Me olvido otra vez de la dieta y corro hacia ellas, corro hacia casa donde sus besos y atenciones me harán sentir niño, niñito engreído, siquiera por un ratito. Mi sobrina me ve llegar y me grita feliz ¡Tíoooo! La abrazo fuerte y nos sentamos a la mesa a ser engreídos como los niños que somos, ella de nueve y yo de veintiocho...

 

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