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13 febrero, 2008

FIEBRE DE SÁBADO POR LA NOCHE...

Publicadas por Juan Diego 96 comentarios

Hoy será como de costumbre un sábado de discoteca… Sábado, día de destape, de fiebre incontrolable. La noche invita a la diversión, un fuerte deseo de liberación invade los sentidos, pican los pies, la sangre se calienta, el posible príncipe azul esperando por nosotros (nunca llega), decenas de tarjetitas de promoción abarrotando los bolsillos (Happy Hour, sexo en vivo, 2x1). Mis amigos llamando al celular. “Es sábado, Juan Diego, ¡Vamos a la disco!” grita Guilllermo destrozando mis tímpanos. “Hagamos un tour”, sugiere Leonel, "de Miraflores al centro… uhmm… ¡Adrenalina pura!”. Fabián preferiría quedarse en su depa, cocinar para todos, beber vino, escuchar música… También yo preferiría algo más tranquilo; pero, Omar con el ánimo por los suelos debido a sus clásicas penas de amor, necesita urgente diversión, lo que termina decidiendo nuestro destino sabatino: la discoteca. Además, Nadiana, nuestra amiga de años, es una reconocida estrella del Travesti Music Hall y hoy inicia temporada danzística. Una razón más para discotequear…

Tenía dieciocho años cuando fui por primera vez a una discoteca gay. Fue Nadiana, en aquel tiempo Fernando, quien me llevó. “Debes integrarte al gremio” dijo convencido de hacerme un bien. Era el buen Fernando, mi único amigo gay, y su promesa de ver bailando en un mismo lugar a guapísimos muchachos igualitos a los de mis fantasías cotidianas, me arrastró a bailar. Bailar es un decir. Di un vistazo al lugar y me asusté. No quise bailar una sola pieza pese a la insistencia de Fernando. Sólo cuando un príncipe azul me invitó a la pista de baile hipnotizándome con su sonrrisa perfecta, accedí a bailar. La verdad, me sentí taaaan estúpido parado allí en el centro, sintiendo todos los ojos puestos en mí, pero el muchacho aquél se veía taaaaan bueno, que anuló cualquier prejuicio y verguenza.

Aquella noche es inolvidable. No por el príncipe azul que, finalmente, se convirtió en sapo; más bien, por lo ridículo que se siente un hombre al bailar con otro hombre (cuando no tienes experiencia en la materia, claro). Se siente rarísimo dar un giro quimboso, cuando tu eventual pareja de baile tiene la barba tupida y la voz gruesa. Nada que ver con mi grácil pareja de promoción. El supuesto príncipe terminó por traumarme. Yo, creyéndolo sueño hecho realidad, y el muy condenado queriendo llevarme a la cama luego de dos canciones. “Asi son todos aquí” repetía Fernando. “Todos buscan sexo”.

Al margen de la decepción, me hizo bien saber que, habían muchos otros gays que, agazapándose bajo la luz rojisa o envolviéndose en deliciosos movimentos producidos por la música de Donna Sumers, se parecían a mí. Por lo menos en lo concerniente a preferencias sexuales. Al salir aquella noche de la disco, supe bien que no era un hongo, ni un hecho aislado…

Luego, haría de cada sábado, un pretexto obligado para no sentirme un hongo, y volvería a la disco reiteradamente. Cierto día, justo en el baño de la disco y ayudándolo a vomitar, conocí a Leonel que, por aquellos tiempos era más traumado que yo (hoy no tiene una pizca de trauma). Junto a Fernando, nos convertiríamos en un trío inseparable, en tres chiquillos deseosos de amar y divertirse.

Tuve problemas con este rollo complicado de los roles sexuales en que nos trata de colocar el sistema (pasivo, activo, moderno), ya que no podía ubicar mi exacto lugar. “Prueba todo y quédate con lo más te guste” me sugería Leonel. Fernando, que hoy es Nadiana, en aquel tiempo quería ser Nadiana pero era Fernando, y aunque se comportaba como Nadiana, los ideales masculinos de sus fantasías, no encontraban correspondencia en la fauna discotequera, más bien flora en ocaciones. En cambio, el traumado Leonel, se quitó las culpas rápidamente, y sorprendió a propios y entendidos con una simpatíquisima pareja: Fabián. Un atractivo pata de cuarenta años bien llevados, abogado, culto, gay experimentado. Para variar, lo conoció en la disco. Tomaron un trago, bailaron dos piezas, se chaparon y mejor no sigo. Resultado final: se hicieron pareja. Sin embargo, este rollo de los roles sexuales - ambos decían ser pasivos complacientes -, les impidió ir más allá. Duraron muy poco (1 mes), pero Fabián se quedó en el grupo y aportaría esa cuota de experiencia y madurez que necesitábamos.

Poco tiempo después, llegaría al grupo Guillermo. ¿Quién lo trajo? Fui yo. Fue mi pareja número cuatro en dos años, nos amamos con locura (eso creímos), parecía ser el amor de mi vida, eramos insoportablemente melosos. Sin embargo, cierto día nos convencimos de que él y yo habíamos nacido para ser hermanos del alma, no amantes, y aunque dicen que los ‘ex’ no pueden ser amigos, con nosotros ocurrió todo lo contrario. Guillermo es extremadamente analítico, criticón, atractivo y con jale y, a pesar de su carácter dependiente de las fases lunares, se quedó en el grupo y es una de las personas más especiales que conozco.

Otra noche de discoteca conocí a Omar. Quiso seducirme, no lo logró. Dijo que me amaba a los diez minutos de conocerme, me transtornó con su discurso dramático; no obstante, nos pareció tierno y se quedó en el grupo. El pobre Omar, vive sufriendo cual Magdalena por cada hombre que se le cruza en el camino. Tiene mala suerte en el amor, y aunque él, es culpable de sus desgracias por enamorarse cada semana de la persona equivocada, es nuestro amigo y hay que entenderlo. Pese a todo, mi amigo sueña con encontrar al amor de su vida en la disco; nunca lo encuentra, y cuando cree haberlo encontrado, la tragedia ronda… y ¡oh sorpresa! el hombrecito nuevo es descubierto en un rincón de la disco besándose con otro. Omar llora, sufre y se emborracha más que la semana anterior, pero ahí estamos nosotros, Leonel, Guillermo, Fabián, Nadiana y quien escribe, sus amigos del alma, para apoyarlo y soportarlo. Y de buenos amigos que somos, volvemos a la discoteca buscando alegrarlo…

Hay que admitir que la discoteca se vuelve adicción. Nunca aparece el príncipe azul, pero… estúpidos que somos, nos quedamos mirando edulcorados al chico más guapo de la noche, buscando encontrar en sus ojos el amor negado en otros ojos. Empero, como el amor soñado nunca llega, muchos optan por el sexo soñado. Y borrachos, sabemos bien que el tipo mañosón que nos florea de lo lindo, no se aproxima en lo absoluto a nuestros sueños, más la pena, la angustia, la cólera por lo que no llega, los calores corporales inevitables producidos por el alcohol y eso de que 'eres gay pero hombre por sobre todas las cosas', terminan aventándonos a la cama con el mañosón. Cuando amanece odiamos la discoteca por ser tan oscura: la luz de la mañana nos deja ver un sapo completo roncado a nuestro lado… Igual volvemos a la disco y, sin darnos cuenta, la convertimos en el depósito de nuestros sueños y fantasías, más aún los sábados. La segunda casa para muchos, casa ingrata a veces. Lugar aislado, caleta, oscuro, pero nuestro, ideal para evitar las miradas que escudriñan nuestra masculinidad, patrimonio cultural de nuestra homosexualidad, lugar rico para dar besos suaves o salvajes o, simplemente no besar y añorar besar…

En ocaciones decidimos dejar de ir. Sin embargo, terminamos añorando el suelo veteado y gastado de las pistas de baile; añorando los apretujones, las luces bañando nuestros cuerpos; añoramos el lugar donde se esconde más de una historia de amor y de amistad, historias que, probablemente, han hecho de nosotros mejores personas…

Si, hoy es sábado y la disco espera. Es lo mismo, lo sé. La misma música, los mismos shows, la misma gente, el mismo mal gusto en ocaciones… Pero no negarás, que, aún, como cuando fuiste por primera vez, continúas albergando los mismos deseos que sólo una noche de sábado en la disco tiene para los gays…

Y, de hecho, hoy, más de una nueva historia volverá a escribirse. Quizá la tuya; quizá Omar llore por el desgraciado que lo ha de engañar esta vez; quizá Leonel logre conocer al pata del chat que lo trae loco; quizá Fabián vuelva decir que la nueva generación es muy amanerada; quizá Guillermo vuelva a criticar la poca origininalidad de los shows y se queje de los empellones en la pista de baile; quizá Nadiana triunfe otra vez y se robe los aplausos; quizá yo, abrigue la tonta esperanza de encontrar por fin al príncipe azul; quizá tú, que nunca pisaste una disco gay, sentirás la estupidez del primer día, estupidez que será reiterativa, tan reiterativa que, de seguro, muchos de nosotros, y porque así lo queremos, volveremos hoy a sentirla…


JUAN DIEGO
 

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