Durante la secundaria, viví enamorado (si esa es la palabra correcta) de un lindo compañero de clase: Miguel. Estaba buenote. Ojos melados, mirada de galán; nariz de dios griego, labios carnosos, cabello brillante y lacio cayendo sobre la frente; el cuerpo (ufffff…) fibroso, marcado, piernas de futbolista, trasero redondo, apetecible delantera. En resumen, un auténtico Brad Pitt criollo y en edad escolar. Pasaba horas contemplándolo acojudado durante la clase de educación física. El pantaloncito corto traslucía gentilmente sus encantos. El polo blanco, sudado, pegándose a su pecho; el cabello húmedo rozando su carita de ángel ( uhmmm…) y, verlo correr tras la pelota o hacer planchas una tras otra, eran el mejor premio a mi sacrificada contemplación. Una vez en las duchas, casi me volvía loco. Él se desvestía con naturalidad, dejando al descubierto los encantos que el buen Dios le dio y, yo aguantaba el aire para no dejar al descubierto los ‘particulares’ gustos que el buen Dios también me dio. Cada noche al acostarme pensaba en Miguel, al levantarme pensaba en Miguel, llegaba al colegio con la esperanza de ver a Miguel… Lastimosamente, Miguel jamás me miró. La cosa no pasó de gentiles saludos de patitas de la misma clase, y lloré discretamente cuando lo vi besando a su enamorada (¡bruja!)...
No cabía en mi cabeza (primitivamente gay en aquel entonces), que los gays debíamos fijarnos exclusivamente en otros gays. Más aún, si el ideal de gay que desfilaba ante mis ojos, se parecía al de la Miss Universo con barba recién afeitada y voz de tenor. Pasó algún tiempo para entenderlo, para darme cuenta de lo ricos que podían ser algunos gays…
Lo cierto es, que Miguel jamás se marchó de mi cabeza, como tampoco se marcharon: Raúl, Claudio, Pablo, Mario, etc., variopinto grupo de muchachitos heterosexuales que ocuparon mi mente, y aceleraron mis fantasías diurnas y nocturnas durante la academia, la universidad, la playa; en la parroquia, el barrio, el trabajo. Muchachitos héteros atractivos, pendejitos al mirar, potoncitos al caminar, machos cabríos de hablar desgarbado, pregoneros fufulleros de mil noches de amor con supuestas hembritas de medidas perfectas. Sin embargo, ninguno de ellos se fijó en mí. Y, no porque yo no sea capaz de despertar el deseo en un pata. ¡Nooo! No debo mentir, estoy en algo. Sino que, ellos eran, son y serán ¡HETEROSEXUALES! (que largo suena) y, por leyes naturales (¿?) los heterosexuales solo se fijan en heterosexuales, y los homosexuales ‘sólo nos deberíamos fijar en homosexuales’. Como dice la canción de Montaner, “cada quién con cada cual…” y así está escrito, aunque duela, aunque lo dudemos, aunque no queramos, aunque el que esté a nuestro lado sea ‘hétero’.
Leonel, para variar, estrenó hace unos días nuevo amigo cariñoso: Paul. Diecinueve años, blanco, cejón, ondulado; apetecible, masculino, ‘aventajado’ (pregona mi amigo), y como valor agregado: heterosexual y con enamorada incluida.
Lo conoció sin querer en un ‘fast food’, conversaron un rato, y dice Leonel que, de pronto, surgió una química incontrolable con el muchacho, tan rápida como la comida que servían, y a la media hora, luego de dos vueltas al parque, el chico hétero que dice amar con locura a su enamorada, lo besó.
Nos pasmamos al escuchar la historia. ¡Pero, Leonel! resonó por el grupo. Sin embargo, decirle a una loca encaprichada que el hombre que lo acompaña no es el hombre que le conviene, es como pedirle al Cardenal Cipriani que nos incluya en ‘su’ plan de Dios.
Cuenta Leonel para escándalo de la tropa que, el buen Paul ha cometido un ligero traspié. ¿Cuál? Su enamorada adorada está embarazada, y el tierno Paul, solicita de manera urgente la ayuda económica de Leonel. Guillermo pegó el grito en el cielo, Fabián quiso desmayarse, Omar encontró un nuevo motivo para llorar, Nadiana enmudeció todo el rato, yo sólo quise saber que haría Leonel.
Pues, bien, mi amigo cuenta que, siendo Paul taaaaaan desinteresado (sólo él lo nota) debe ayudarlo a superar la crisis que atraviesa. La chica dará a luz en unos días y, como el pobre Paulcito, es uno más de la larga lista de desempleados del Perú de hoy, cómo comprara leche, biberón, pañales, medicinas y asumirá otros tantos gastos. Y como el buen Paul se emborracha a diario agobiado por la preocupación, Leonel, que tiene un corazón de oro, decidió pedir un adelanto en el trabajo para ayudar a su amado…
¡Te esta viviendo! – bufó Guillermo sin ir por las ramas.
Pero, Leonel no admite esa posibilidad. El cree ciegamente en Paul y en sus besos, en la pasión, sexo a granel y cariños que le da; y lo peor o mejor, no sé, es que el heterosexual Paul es activo, pero es posesor del mejor trasero de Lima, Callao y balnearios. ¡Tiene un culo perfecto y pito! chilla Leonel.
“Sin duda lo tiene amarrado” dice Omar. No hay nada peor que un hétero culón y coqueto, de esos que juegan con el hecho de saberse culoncito y se quiebran el doble al caminar para que la loca cojuda babee con generosidad y meta la mano al bolsillo anhelando esperanzada que uno de esos días y tras una borrachera, el muchachito se anime a probar, a intentar o a dejarse hacer de todo haciéndose el dormido. Y si ese heterosexual ya dio visos de poder hacerlo o lo insinuó luego de un puta mare, no hará más que avivar una obsesión gay que puede costar dólares, soles, euros, lágrimas, visitas a tiendas de ropa, y desayunos, almuerzos, comidas y viáticos. Sentencia Fabián: “Es la maldición de los héteros”.
Reflexiono y pienso en Miguel, mi fantasía adolescente, y de haber sabido que hacía falta invertir dinero para lograr siquiera un beso suyo, hubiese gastado todas mis propinas.
Y, admitamos que, un heterosexual, puede ser una excelente alternativa sexual, tiene sus encantos. Pero de allí a que exprese desinteresado amor por un gay está bien verde. Y si algo siente, pasaría a formar parte de la ingrata y cómoda categoría de los bisexuales o, es probable que el hétero no sea tan hétero, y albergue muy dentro a un gay gritando por salir, necesitando sólo de un empujoncito. Porque héteros vividores de gays han habido, hay y habrán muchos, pero héteros desinteresados pero necesitados de gays, no hay, esos son homosexuales fingidos.
Es verdad, ante tanta nueva loquita que hoy pulula en el ambiente, hay escasez masiva de muchachos gays masculinos, y los que quedan están emparejados o usados o, hay que decirlo aunque suene cruel, tienen un precio. Ante la escasez, los ojos de muchos gays se dirigen hoy a los héteros. Ellos tienen otros gustos, otros temas de conversación, y ¡oh, destino cruel e infausto!, terminan diciendo que nadie mejor que un gay para entenderlos. Y los gays, tontitos, débiles, caen rendidos ante los Romeos que hablan de fútbol. Pero hay algo peor, la más grande tontería (la peor de todas), es que muchos gays creen que los héteros, están exonerados de enfermedades de transmisión sexual. ¿Qué ocurre? Es la ‘maldición de los héteros’.
A quién no le ha gustado el vecinito, o el chico de la carpeta de adelante o el amigo del hermano o un compañero de trabajo o el hijo del bodeguero. Quién no guarda la esperanza de que cierto día, alguno de los susodichos termine declarándose gay y grite que lo desea. Por lo general eso no pasa, y si alguna vez pasa, será como nos pasó a muchos: fuiste a la disco y el chico hétero que te quitaba el sueño estaba ahí. Pero acabaste destruido, porque su acompañante es otro gay, con quien baila y al que besa, el que te ganó por puesta de floro. Y si contamos que muchos gays alucinamos que todos los heterosexuales guapos que alguna vez nos sonrieron, también son gays, encontramos otra tonta manía, otra tonta manera de ilusionarnos en vano. Con eso de que 'el ojo de loca no se equivoca', convertimos al heterosexual más recio en loca potencial, y llegamos a afirmarlo voz en cuello y con total seguridad. No son más que reacciones producidas por la ‘maldición de los héteros’.
¿Qué tiene un hétero que no tenga un gay confeso? Quizá sólo la etiqueta o sólo sea cuestión de costumbres sexuales o el sentimiento que es capaz de dar… Quizá no hay diferencias sustanciales, quizá hay diferencias radicales, no lo sé. Sólo sé que los héteros que se cruzaron por mi vida nunca me amaron, ni quisieron luchar por mí, ni me regalaron un peluche. Los gays que se cruzaron en mi vida, si.
Fabián, se ríe de la locas que estrenan parejas ‘héteros’ en una disco o fiesta gay, y que defienden a ultranza la hombría a carta cabal de sus parejas. Dan más risa cuando dicen: “El es hombre y el único hombre al que mira es a mí”. Incluso les permiten tener enamorada (¿?). “Es hombre”, dicen disculpándolos. ‘Puede estar con cien mujeres, pero no con otro gay’, dicen otros. Mientras tanto, el muchachito hétero come, viste, calza, estudia y - lo he visto - mantiene a su esposa, hijos, madre, padre, hermanos, y termina de construir la casa familiar a costa de su pareja gay.
Nos da un ataque de risa al recordar a un estilista que llega siempre a la discoteca acompañado de un pelotón de muchachos héteros a los que emborracha hasta más no poder. El pobre estilista que no es un barril sin fondo, se emborracha más que sus acompañantes y acaba tirado en un rincón. El pelotón de héteros se dispersa, y por si fuera poco, algunos se van con gays que, conocedores de lo que va a suceder, los rondan como leones a los cervatillos, y aprovechándose de las circunstancias y sin invertir un sol, se llevan un hétero borracho y dispuesto a todo como premio a su insistencia…
Nadiana se ríe de los comentarios, y aunque es femenina, es consecuente al pensar que un hétero podrá ser amante de una noche, pero nunca amor de una vida. ¿Acaso un gay puede serlo? pregunta el sufrido Omar, y no le falta razón. En esto del amor entre hombres, todo es impredecible…
Guillermo, cierra los comentarios sobre héteros soltando algo cruel pero cierto: “La mayoría de crímenes, robos, asaltos, agravios o abusos que se cometen contra los gays, son ejecutados por muchos de los héteros que le sirvieron de parejas o amantes”. Nos quedamos callados, no decimos nada y no sabemos que hacer con Leonel.
Finalmente, Leonel está bastante grande para tomar sus decisiones, es dueño de sus actos, aciertos y errores. Quizá se equivoque, quizá sea feliz por un tiempo, quizá Paul sea el amor de su vida. Quizá se quede en la ruina o goce como loco… no lo sabemos. A veces, la soledad, la necesidad de alguien, el deseo de sentirse amado, llevan a hacer cosas que no podemos juzgar. Hoy, sentado frente a mi laptop, sé que Miguel, bello y perfecto, no fue una maldición, tampoco una bendición. Sólo fue y es heterosexual. Solo fui y soy gay. Y las maldiciones, al final, sólo son supersticiones, supersticiones capaces de alojarse en nuestras cabezas si nosotros queremos…
JUAN DIEGO